miércoles, 10 de julio de 2019

Oralidad y escritura en la cultura griega clásica






















JOSÉ LUIS PRIETO PÉREZ




Hace más de siglo y medio que Hegel pronunció esas misteriosas palabras, y algo más de medio que Spengler hizo lo propio. Tan sólo ahora, en los últimos treinta años de este siglo, estamos en condiciones de extraer algunas de sus consecuencias e implicaciones.
La historia, sabemos, comienza con la escritura, pero ¿cuándo se inicia la escritura? Y ¿qué cambios produjo su intervención en una cultura, hasta entonces oracular, como la griega?
El marco a cuya luz se ha venido leyendo tradicionalmente toda la literatura de este período -épica, lírica, trágica, filosófica o científica-, ha sufrido alteraciones en sus dimensiones y perspectiva en los últimos treinta años al irrumpir la investigación americana en el, hasta ahora, coto cerrado de la filología europea.
Empecemos por una escueta glosa de lo que voy a tratar. A saber: que el período de la cultura griega que habitualmente conocemos como "arcaico", -y en el que van a ir emergiendo progresivamente las formas literarias que he mencionado- es precisamente aquél en el que surge la escritura alfabética, y, como resultado de la misma, conviven, durante los siglos VII, VI y V a.n.e., la cultura oracular tradicional con los inicios revolucionarios de la cultura escrita, que tarda esos tres siglos en consolidarse; y que tal reconversión de la oracularidad en literalidad puede ser considerado uno de los hechos decisivos de este período, así como del que denominamos "clásico".
 Iniciemos la singladura con un breve excursus por los tres últimos siglos de investigación filológica. El primer anclaje nos lo proporcionan un diplomático y arqueólogo inglés del siglo XVIII - Robert Wood (1717-1771)- y uno de los exponentes más autorizados de la Ilustración francesa: Jean Jacques Rousseau (1712-1789). Fue aquél quien expuso la heterodoxa opinión de que ¡Homero no sabía leer y escribir, y que fue su capacidad memorística lo que le permitió producir esa poesía! No menos osado, el pensador ginebrino, en su Ensayo sobre el origen de las lenguas, dedica un capítulo (el VI) a la cuestión: "Si es posible que Homero haya sabido leer y escribir". Con enorme intuición, para su época, responde:

"Cuando nos hablan del alfabeto griego, lo creo mucho más moderno de lo que se hace, y baso principalmente esta opinión el carácter de la lengua. Se me ha ocurrido con mucha frecuencia dudar no sólo de que Homero supiese escribir, sino incluso de que se escribiese en su época... Siendo estos dos poemas [la Iliada y la Odisea] posteriores al sitio de Troya, apenas queda manifiesto que los griegos que hicieron este sitio conocieran la escritura ni que el poeta que lo cantó la conociese. Estos poemas quedaron mucho tiempo escritos sólo en la memoria de los hombres; fueron reunidos por escrito bastante tarde y a costa de grandes esfuerzos."

Ante tan audaces manifestaciones, un muro de sentido común se levantó, de inmediato, en su contra. ¡Era una inmensa insensatez pensar capacidad memorística tal en un ser humano! De manera que el prestigioso filólogo alemán Friedrich August Wolf (1759-1824) pudo presentar una hipótesis conciliadora, que tuvo la virtud de distraer a la gran filología alemana y europea durante casi un siglo y medio; en su Prolegómena ad Homerum afirmaba que, verosímilmente, la Iliada y la Odisea eran construcciones integradas por fragmentos épicos de épocas diferentes. A partir de esta tesis, dos escuelas se encerraron en un círculo vicioso: los Analistas en determinar mediantes análisis filológicos cuáles eran los trozos y cómo se habían integrado, y los Unitarios -que se les opusieron- en demostrar que ambas epopeyas presentaban una estructuración perfectamente congruentes.
Hubo de ser alguien extraño a tales círculos -un joven estudioso norteamericano: Milmann Parry (1902-1935) quien sacara el asunto del atolladero. En su tesis El epíteto tradicional en Homero -presentada en París en 1928- reconstruyó los métodos orales de composición de los poemas homéricos mediante un cuidadoso análisis del verso mismo, mostrando que la presencia de los abundantes epítetos -que sorprenden a cualquiera que lea las obras- no venía exigida por su significado, sino por la necesidades métricas del verso hexámetro, lo que les daba su conocido carácter formulario. Tan sólo una exigua fracción de su ingente texto carece de fórmulas. Además, tales fórmulas se agrupaban alrededor de temas igualmente uniformes. Así, el lenguaje homérico quedaba desvelado, no como una superposición de textos -tal y como la filología se había empeñado hasta esos momentos- sino como una técnica de agrupación de palabras, largamente ensayada por los poetas épicos que utilizaban expresiones fijas por razones métricas y mnemotécnicas.
El propio Parry y su seguidor y ayudante Albert B. Lord, llevaron a cabo un exhaustivo trabajo de campo con vestigios de culturas ágrafas, a partir del cual se reveló el carácter formulario de todas las recitaciones épica de pueblos muy distintos. Producto de tal labor fue la influyente publicación de Lord The singer of tales (El cantante de cuentos), aparecido en 1960, y en la que, a la luz de la épica eslava actual, remata el esclarecimiento de la poesía homérica que había iniciado su amigo, muerto prematuramente.
Dos años después, en 1962, el ensayista canadiense Marshall Mcluhan puso en circulación una de las obras más polémicas de esta segunda mitad de siglo -La galaxia Gutenberg-. En ella, a partir de las tesis de Lord, planteaba la hipótesis siguiente: la escritura y el libro han conformado las formas perceptivas y la subjetividad del hombre occidental, quien se encuentra, en estos momentos, en tránsito hacia nuevas formas electrónicas de comunicación que le conducirán a un retorno, de nuevo cuño, a la cultura oracular, y al tribalismo que le es inherente, en forma de "aldea global". Tal regreso tornara obsoletos el libro, la lectura y la subjetividad en las maneras en que las hemos conocido. Unas cien páginas de su publicación se las dedica a los efectos que la introducción de la escritura provocó en la capacidad perceptiva e intelectual, y en el nacimiento de la individualidad, en el hombre griego.
Era un manifiesto que convulsionó a la intelectualidad de los años sesenta e hizo sonar la campana de salida en la carrera por investigar la cultura oral. Casi simultáneamente ven la luz El pensamiento salvaje -la obra clave de Levi Strauss-, Las consecuencias del alfabetismo, de Goody y Watt, el Prefacio a Platón de Eric Havelock, y los estudios de Walter Ong sobre las repercusiones de la invención de la imprenta en los siglos XVII y XVIII, que marcan hitos en los distintos itinerarios por los que debía seguir la investigación en filosofía, antropología y teoría de la comunicación. Entre ellos ocupaba un puesto de primera plana la denominada "revolución alfabética en Grecia". Havelock lanzó un arriesgado envite: interpretar el conflicto de Platón con los poetas como la lucha entre dos modelos de cultura y educación: la mimética, propia de la oracularidad, y la abstracta, propiciada por la escritura.
A partir de ese momento, y hasta hoy, la investigación se ha ido ampliando y el número de publicaciones en la literatura anglosajona no ha parado de crecer.
  
Si por escritura entendemos un sistema de comunicación humana por medio de signos visibles, ésta no cuenta más allá de cinco mil años.
Sus comienzos marcaron decisivamente su desarrollo posterior durante un largo período de tiempo, pues mientras que el lenguaje hablado se originó a partir de la imitación del sonido, la escritura se iba a iniciar como imitación visual de formas y objetos reales. La consecuencia más inmediata de ello fue la disociación entre lengua hablada y mensaje escrito. Las primeras escrituras fueron exclusivamente pictográficas.
Se entienden por tales aquellas que tratan de comunicar ciertos mensajes por medios gráficos, de manera que pudieran ser entendidos por aquellos a quienes iban dirigidos.
El paso siguiente lo constituyeron las escrituras denominadas logo-silábicas, y se originaron sobre el año tres mil a.n.e. en Oriente. Reconocemos siete de ellas: el sistema sumerio en Mesopotamia (3.100 a.n.e. al 75 d.n.e.), el proto-elamita en Elam (3.000-2.200 a.n.e.), el egipcio en Egipto (3.000 a.n.e.- 400 d.n.e.), el cretense en Creta (2.000-1.200 a.n.e.), el hitita en los territorios de su antiguo imperio (1.500-700 a.n.e.), el proto-índico en el valle del Indo (hacia el 2.200) y el chino (1.300 a hoy). Tres de ellos permanecen aún sin descifrar: elamita, cretense e índico.
En su fase más primitiva, la escritura logográfica expresaba objetos concretos por su representación gráfica. Sin embargo, pronto necesitó buscar métodos para que los dibujos expresaran no sólo los objetos sino también palabras con las que estos pudieran estar asociados. Finalmente, a partir de dibujos originales se crearon, libremente, signos con tendencia a las formas geométricas. Ahora bien, cuando querían expresar seres o ideas que carecían de correspondencias concretas con objetos reales tuvieron que buscar signos o indicadores fonéticos que representaran, no al objeto, sino a la palabra o al sonido que los denominaba. Por este camino fue por donde penetró, en sus primeros momentos, el principio de fonetización. Una vez introducido éste, se expandió con celeridad, habilitando nuevas formas de expresión de lo abstracto.
El grave inconveniente era la proliferación de tales signos -hasta nueve mil- que exigía una especialización intensiva, lo que la hacía poco extensible.
Aceptada la fonetización, el momento siguiente fue romper definitivamente con lo pictográfico y tomar la fonetización como principio; lo que se hizo dividiendo las palabras en sílabas y usando éstas como sonidos base para componer silabarios. De los siete sistemas de escritura orientales, cuatro de ellos se transformaron en silabarios: el cuneiforme en Mesopotamia, el semítico, a partir del jeroglífico egipcio, el chipriota, a partir del cretense, y el japonés, desde el chino. Las iniciales del silabario semita pasaron a constituir el alfabeto consonántico, aproximadamente sobre el siglo XV a.n.e., extendiéndose por la zona de Siria, Palestina, y Arabia, desde dónde los fenicios lo exportaron -a través del comercio y sus colonias- por el Mediterráneo. El orden y los nombres de las veintidós letras consonánticas originarias se conservaron casi intactos en la mayoría de los alfabetos que fueron emergiendo de este tronco común: hebreo, arameo, sirio, árabe, hindú, fenicio etc. Para obviar el grave inconveniente que suponía la ausencia de vocales inventaron unos indicadores -llamados "madres de la lectura"- que usaban de forma variada e irregular para cerrar el sentido y paliar así los posibles equívocos.
El origen fenicio del alfabeto griego no admite dudas. La forma primitiva de sus letras, así como su orden y sus nombre, aportan un testimonio concorde, por lo demás, con la tradición. Incluso ellos mismos -por lo que cuenta Herodoto- lo denominaban como "Phoinokeia grammata". Su introducción se la atribuían legendariamente al fundador de Tebas: Cadmo.
Pero los griegos hicieron algo más -o mucho más- que importar el alfabeto fenicio, pues introdujeron las vocales que harían de su alfabeto el primero que merece justificadamente tal nombre. Transformaron el indicador semítico "aleph" -que señalaba la presencia de una breve aspiración- en "alfa", el "he", en "épsilon", el "waw en "u" de upsilon, el "yodh" en "iota", y el sonido enfático "ayin" en "ómicron". De manera que, no es que crearan las vocales, sino que tradujeron aquellos indicadores "madres de la lectura" semítica en vocales. La transcendencia de su innovación consistió en poder designar, sin ambigüedades, cada sonido con un signo, y en el uso metódico que hicieron de esas vocales, mientras que los semitas empleaban sus indicadores de manera irregular y esporádica.
Semejante aportación marcó distancias -en algunos casos de años luz- entre la cultura griega y el resto de las culturas coetáneas. Mientras en éstas los silabarios eran aún torpes y ambiguos, incapaces de flexibilidad y expresividad, lo que impedía la propagación de la escritura y convertía su uso en necesariamente restringido, a cargo de las castas de escribas profesionales, y para fines casi exclusivamente contables y administrativos, los griegos van a darle unos usos radicalmente nuevos que van a marcar su propia cultura e identidad. Nunca se hará suficientemente énfasis sobre este punto que considero decisivo para la aparición de formas literarias expresivas, como la lírica o el teatro, y abstractivas, como la filosofía o la matemática. Más adelante ampliaré este extremo con algo más de detenimiento. Primero me parece relevante plantear una cuestión que queda por resolver, que no es otra que el cuándo penetra la escritura en Grecia. La respuesta hoy más generalmente admitida apunta hacia el siglo VIII. En cualquier caso, de lo que si tenemos constancia es de que los restos más antiguos hallados están en unos vasos de cerámica aparecidos en el monte Himeto, fragmentos o cascos encontrados en Corinto y la isla de Tera y, sobre todo, la monumental copa Dypilon, cuya inscripción "que reciba esto aquél de los danzantes que divierta con más gracia" atestigua ya, sobre el 725 a.n.e., un alfabeto perfectamente completado.
Acerca de este dato, unos autores sostienen que la escrituración de los poemas homéricos se habría llevado a cabo por estas fechas - entre mediados del siglo VIII y comienzos del VII- mientras que otros, respetuosos con la tradición, siguen sosteniendo que se habría realizado en el entorno del tirano ateniense Pisístrato, hacia la segunda mitad del siglo VI.

Antes de seguir adelante con los efectos que la introducción del alfabeto produjo en la cultura griega, creo necesario, con el fin de poder contrastar una época con la otra, delinear, esquemáticamente, el perfil con los rasgos básicos de esa cultura oral, y sus protagonistas: los poetas, aedos o rapsodas (la palabra "rhapsodeim" significa "tejido" o "cosido", de donde rapsoda es el enhebrador o tejedor de canciones).
Acerca de la transmisión de la herencia cultural en las sociedades ágrafas, ve Goody tres aspectos:
A. El traspaso del acervo material, incluyendo los recursos materiales accesibles a sus miembros.
B. La transferencia de pautas de comportamiento y formas habituales de conducta.
C. La transmisión de los elementos más significativos de una cultura, es decir, la gama de significados y actitudes que los miembros de cada sociedad asignan a sus símbolos verbales, como aspiraciones generales, ideas de tiempo y espacio, en suma, lo que se denomina la Weltanschaung o visión del mundo. Según Durkheim, estas categorías constituyen "inapreciables instrumentos de pensamiento que los grupos humanos han forjado laboriosamente a través de los siglos en los que han acumulado lo mejor de su capacidad intelectual". La relativa continuidad de estas categorías del conocimiento entre una generación y la siguiente -prosigue Goody- se asegura principalmente por el lenguaje, en cuanto que es la expresión más directa y completa de la expresión social del grupo.

1. Ritmo y Poesía.
¿Cómo puede la oralidad almacenar la información para estar en condiciones de usarla?, ¿cómo puede conservar su identidad?, ¿cuáles son los mecanismos que cumplen la función material que más tarde realiza la escritura, a saber, la de suministrar una información lingüística capaz de sobrevivir?
En un ámbito presidido por la oralidad, las relaciones entre los seres humanos están dominadas exclusivamente por la acústica. La voz colectiva de la comunidad, la tradición, requiere un lenguaje codificado que vehicule las instrucciones necesarias. Tales instrucciones han de poseer una estabilidad que las torne susceptibles de ser repetidas fielmente. De ahí que el tipo de lenguaje que pueda satisfacer una necesidad de estas características sea un habla ritualizada; un lenguaje tradicional que se haga formalmente repetible y en el que las palabras permanezcan en un orden constante y fijo que habilite su memorización, ya que la retención exitosa, -como todos sabemos-, se logra por repetición. Y para que la repetición, a su vez, se torne más efectiva ha de ir unida al placer -como lo muestran los niños al exigir una y otra vez que les leamos el mismo cuento-. Acerca de este extremo volveremos enseguida. Por el momento, continuemos adentrándonos un poco más en la argumentación que venía desarrollando.
Es evidente que con la mera reiteración de contenidos idénticos no se llega muy lejos. Lo que se requiere es un método de lenguaje repetible, es decir, unas estructuras de sonido acústicamente idénticas, que, sin embargo, permitan cambiar de contenido para expresar significados diversos (como ejemplo, una canción o un tema musical, estructuralmente recurrente, sobre el que se aporten variaciones). La solución es el habla rítmica, que aporte lo automáticamente repetible, es decir, el elemento monótono de una cadencia recurrente creada por correspondencias entre los valores puramente acústicos del lenguaje, sin tener en cuenta el significado. Así, unos enunciados variables se pueden entretejer en parrillas de sonido idénticas.
De esta manera acaeció el nacimiento de lo que llamamos poesía, y de los poemas homéricos, como instrumentos de almacenamiento cultural.
Decía Hipócrates que un hombre es el ritmo de su sangre. Hay razones sobradas para colegir que el ritmo, en sus diversas modalidades, es el fundamento de buena parte de los placeres biológicos. Él es quien enhebra y pauta el transcurrir del Universo y de la Naturaleza, las variadas respuestas motrices del organismo humano, y la música y la danza. Sabedores de ello, las sociedades orales asignaron la responsabilidad de conservar el habla a la asociación integrada por poesía, música y danza.
Semejante colaboración la hallamos expresada en el himno hesiódico a las musas, que el poeta beocio ubica como pórtico de entrada a su Teogonía. Canta a las nueve Musas, hijas de Mnemosyne (memoria, evocación, registro), que, descansando en su propia morada olímpica -el Helicón-, guardan las fuentes de la poesía. Una poesía que no es creación, sino conservación de la memoria, y a cuya métrica añaden el arte de la seducción que acaricia el oído. Las nueve Musas son:
- Caliope, que cuida la bella voz al recitar.
- Melpómene y Terpsícore, que custodian, respectivamente, el arte de la música y la danza.
- Euterpe, que vuelve el canto alegre a los corazones de los hombres.
- Erato, que excita en los hombres el deseo de la poesía.
- Urania, que eleva el canto por encima de lo humano.
- Polyhymia, que guarda el principio de rica variedad.
- Talía, que conserva la relación de la poesía con la fiesta.
- Clío, que otorga fama al canto.
Bella voz, música, danza, alegría, deseo, variedad, elevación, fama. Aquí tenemos los atributos de la poesía al servicio de la memoria.
Un lenguaje de este tipo, -es evidente-, se convierte en un instrumento sofisticado que se sobrepone al lenguaje vernáculo y cotidiano. Por lo cual la responsabilidad de sostenerlo y enriquecerlo recae en unos profesionales, que son a la vez especialistas y guardianes del lenguaje, y maestros de la sabiduría y la educación: los poetas o aedos.
En sus manos estaban las recitaciones públicas, cuyo principio básico consistía en la variación dentro de la identidad. Por tanto, y para ello, la mente se ha de concentrar en dos planos:
- el mantenimiento de la identidad
- la apertura del espacio necesario para la diferencia dentro de la identidad.
El cantor construía un sistema de repetición por medio del sonido, sin referencia al significado, del que resultará un esquema rítmico que posee dos unidades: el píe o compás, y el verso. El metro se repite entre versos de longitud temporal constante, que vienen a ser como lentas ondulaciones regulares. Al patrón rítmico se añaden luego las formas verbales que expresan significados. Todo el lenguaje procede de una serie de reflejos corporales, y el lenguaje métrico se da cuando estos reflejos se van produciendo según patrones especiales. La carga principal de la repetición pura y simple -que la memoria necesita como estímulo- se transfiere a un patrón métrico, carente de significado propio, para que se adhiera con tenacidad a la memoria. Al lenguaje métrico se sobrepone una melodía instrumental que lo refuerza. La música logra que las ondulaciones y compases métricos surjan de modo automático, facilitando así que la energía de la mente quede libre para concentrarse en la evocación de las palabras.
Los pies y las piernas pueden moverse, danzando y ajustando el cuerpo, en paralelo, al ritmo musical de las palabras, de modo que todo el organismo refuerce la memorización.
La danza interviene, habitualmente, en odas, himnos, ditirambos, en la lírica coral y en los coros de la tragedia. La recitación termina así por convertirse en un espectáculo sensual muy relacionado con el placer físico, ensamblando la enseñanza con el erotismo, en una asociación no muy distinta de la que después constituyen la pederastia como institución educativa -que probablemente tenga aquí sus orígenes-, la propuesta platónica del eros como impulsor del conocimiento, o la aristotélica de la Poética, donde une placer, enseñanza y memoria o reconocimiento.

2. La narración
Unido a las condiciones de recitación va el "epos" (verso; de donde "epopeya", hacer versos o versificación), que debe versar, preferentemente, sobre una serie de hechos. Pero como toda acción presupone un agente, la epopeya debe ocuparse sólo de seres personalizados que hacen, nunca de formas impersonales. Se trata de dioses u hombres cuyas acciones incidan de manera significativa en la conducta y destino de la sociedad. La memoria oral funciona eficazmente con grandes personajes -héroes- cuyas proezas sean memorables por su gloria. Las razones del paradigma del héroe no son románticas -como se tiende a creer con frecuencia- sino funcionales.
En el caso de que lo que se describan sean fenómenos no humanos, hay que hacerlo mediante el recurso de imaginar que se comportan como hombres. Así las divinidades son útiles como expresión de agentes causales de fenómenos extraordinarios en formas identificables por la audiencia. De ahí que todas las religiones que se originan en un contexto oral sean politeístas, pues el politeísmo posee la condición indispensable, desde el punto de vista descriptivo, de referir cada fenómeno a un acto o decisión del dios. -Mientras que las religiones del libro, como el cristianismo, tiendan al monoteísmo y la abstracción que significa sintetizar todos los atributos en un uno, lo que sólo es posible, como la evolución de la filosofía griega desde Jenófanes a Platón o Aristóteles pone de relieve, en un contexto escrito. Es decir, cuando se pasa de la oralidad a la escritura-.
Para facilitar su memorización significativa y paradigmática, se recurre al expediente de organizar el aparato de los dioses en estructuras familiares y sagas similares a las de los hombres.
Está comprobado ya que para ese proceso rítmico memorístico, el lenguaje más válido es el de los actos y sucesos concretos, ensartados en episodios o relatos. De ahí el valor de lo narrativo que facilita a la memoria el irse deslizando de un episodio a otro. Es así que obras como la Iliada o la Odisea pudieron llegar a convertirse en -valga el símil- auténticas enciclopedias en las que se recogía la historia de la gente griega y su mundo, incorporado a un contexto narrativo y rítmico.
Pero este tipo de saber se encuentra con tres limitaciones fundamentales, como señalan corrientemente los estudiosos:
A. No caben en él ni generalizaciones ni universalizaciones. De manera que los imperativos morales, la lógica, las expresiones analíticas o las relaciones matemáticas, no sólo no pueden decirse, sino que tampoco pueden pensarse. En la cultura oral todo conocimiento se encuentra sometido al fluir del tiempo. Es un discurso del devenir, -sucesión de hechos y sucesos concretos, fenomenológicos-, al que los filósofos van a verse obligados, casi de inmediato, a contraponer el discurso fijo y estable del ser que proporciona la escritura.
A tal respecto señala Goody que la transmisión oral y, por lo tanto personal, determina una relación directa entre el símbolo y el referente. El significado de cada palabra viene ratificado por una sucesión de situaciones concretas, acompañado de inflexiones verbales y gestos físicos que se combinan para particularizar su denotación específica. Como producto de tal proceso de ratificación semántica directa, la totalidad de las relaciones símbolo-referente es experimentada de manera más inmediata, lo que, entre otras cosas, socializa más profundamente. Es así como el vocabulario lo que refleja son hechos e intereses concretos.
B. Los acaecimientos de la saga, con los que el oyente se identifica, no exigen ser integrados en una organización de caracter reflexivo. El orden verbal se atiene, únicamente, al orden temporal. La pluralidad de sucesos y acciones, lejos de organizarse en cadenas causales o abstractivas, adoptan formas meramente asociativas. Lo característico del registro rítmico es que sus unidades de significación están constituidas por momentos del acontecer vividos y experimentados.
C. Los acontecimientos se suceden unos a otros en un orden secuencial que sigue la cotidianidad, y por ello son máximamente visualizables. Al subrayar las palabras lo concreto y visual, es imposible que de ellos se pueda desprender la abstracción.
En suma, la cultura oral se caracteriza por:
- el devenir más que el ser.
- lo múltiple o plural y no lo Uno.
- lo visualizable más que lo invisible o pensable.
Justamente las tres cualidades que Platón atribuye a la "doxa" u opinión frente a la "episteme" o conocimiento verdadero.
Con esto hemos comenzado ya a adentrarnos en un aspecto clave de la cultura oral en el que me interesa detenerme, aunque sea con brevedad, y que es el de la oralidad y el pensamiento.

3. Oralidad y pensamiento.
Las culturas orales no sólo difieren, con respecto a las culturas escritas, en lo que hace a los modos de expresión, sino también en cuanto se refiere, como ya hemos comenzado a ver, a los procesos mentales. ¿Cómo armar, en ellas, una compleja solución analítica? Por contraposición a un contexto escrito, ellas tienden a ser:
- Acumulativas antes que analíticas.
- Conservadoras y tradicionalistas, por cuanto concentran sus energías en mantener más que en innovar; la escritura, al liberar la mente de las funciones repetitivas y memorísticas, habilita espacio y energía para lo nuevo.
- Próximas al mundo vital inmediato, y, por ello, volcadas sobre lo situacional y operativo.
- De matices agonísticos no sólo en su expresión verbal, sino también en su estilo de vida, al primar la acción, -y por ende el conflicto- en vez de la reflexión.
- La educación se promueve por empatía o identificación, en vez del distanciamiento, lejanía y objetividad que la escritura depara en cuanto técnica de separación entre sujeto y objeto.
Quiero traer aquí a colación, como ejemplo del mapa mental que promueve la cultura oracular, alguna de las tesis filológicas de Bruno Snell, quien con su obra Las fuentes del pensamiento europeo nos ha legado uno de los trabajos más rigurosos sobre la literatura y el mundo griego. Y me voy a referir a ella, además, porque su fecha de publicación -1963- y su pertenencia a la mejor tradición filológica europea, garantizan su independencia con respecto a la mayor parte de los trabajos que sobre cultura oracular se han venido realizando en América a partir, precisamente, de ese año. Y sin embargo resultan, en este punto, sorprendentemente confluyentes. Veamos algunos textos de lo que Snell afirma sobre el hombre homérico:
"Desde Aristarco, el gran filólogo alejandrino, permanece como inconcuso fundamento de toda interpretación de Homero el principio de que no se puede interpretar las palabras homéricas a partir del griego clásico y de que quien quiera entender a Homero no ha de dejarse influir por el uso lingüístico de tiempos posteriores...
Hace tiempo que se observó que en lenguajes relativamente primitivos la abstracción no se halla desarrollada, y que, en compensación tales lenguas posen una riqueza de expresiones referentes a lo concreto y sensible, que no se encuentran en lenguas más desarrolladas..."
Fijémonos ahora en este punto que me parece de extrema significación:
"Por ejemplo Homero usa un gran número de verbos relativos a la vista, de los cuales muchos desaparecen en el griego posterior, mientras que después de Homero sólo aparecen dos nuevos verbos. Las palabras desaparecidas muestran que la lengua primitiva tenía ciertas necesidades que ya no tenía la lengua posterior. Lo mismo vale para otros verbos. Así, una palabra reciente que significa ver -'_wr__n -(teoría), no era originariamente un verbo sino que se deriva de un nombre -'_wro_- que significa propiamente "ser espectador". Después se convierte en un verbo descriptivo de la visión y significa contemplar, considerar. Los verbos arcaicos se forman prevalentemente según las modalidades sensibles del acto de ver, mientras que más tarde es la propia función de ver la que determina exclusivamente la formación de los verbos. Evidentemente los hombres homéricos se servían de los ojos esencialmente para "ver", es decir, para recibir sensaciones ópticas. Pero esto que nosotros consideramos la función propia, como lo objetivo en el sentido de la vista, no se les había revelado a ellos como esencial, y puesto que no tenían ninguna palabra que lo designase en realidad no existe en la conciencia. Puede decirse que no tenían conciencia del sentido de la vista."
Lo que este texto parece querer decirnos es que los hombres de la cultura oral expresaban, y tenían conciencia, del acto de ver, pero no de la función de la vista. Retornemos a la concepción homérica del cuerpo:
"Ya Aristarco hizo notar que la palabra s_ma (soma), que más adelante significa "cuerpo", en Homero no se usa jamás con referencia a un ser vivo; significa "cadáver". Homero no habla de cuerpo sino de miembros: son los miembros en cuanto dotados de movimiento por medio de articulaciones, de fuerza debida a la musculatura, o los límites externos del cuerpo (cr;V) o su estructura o talla (d_maV) de lo que habla. No tenían una concepción clara ni la correspondiente expresión del cuerpo en cuanto tal. Las representaciones del hombre en el arte arcaico nos muestran igualmente que la sustancia corporal del hombre no era concebida como una unidad sino como una pluralidad o agregación. El cuerpo dotado de unidad orgánica en el que todas las partes están relacionadas entre sí, no halla su representación hasta el arte clásico del siglo V. Con anterioridad el cuerpo humano se construye por adición de partes singulares. Los griegos de la época arcaica ven al hombre articulado. El hecho de que los griegos primitivos ni en el lenguaje ni en el arte figurativo reconozcan el cuerpo humano como unidad, nos muestra lo mismo que veíamos en los verbos de la vista: los verbos arcaicos de la vista conciben la actividad partiendo de las modalidades externas sensibles y de los gestos y sentimientos concomitantes, mientras que el lenguaje posterior tomó más bien como núcleo del significado verbal la función misma de la actividad. Tan pronto como la función es reconocida y consigue una expresión verbal, empieza a existir como tal y la conciencia de su existencia se convierte rápidamente en patrimonio común de todos. Así parece que sucede con el concepto de "cuerpo". Esta realidad empieza a existir para el hombre así que es vista como tal, tan pronto como se tiene conciencia de ella y empieza a ser designada por una palabra con la que puede ser pensada. Los hombres homéricos tenían cuerpo, pero no tenían conciencia de él como tal, sino como una suma de miembros. Algo semejante se nos presenta en el reino de lo anímico... En Homero el hombre no tiene conciencia de ser él mismo el principio de sus propias decisiones... y aún simplemente de sus propios sentimientos y emociones..."
Mientras que la vista -en cuanto sentido divisor de formas y limites- aísla, delimita y sitúa al espectador fuera de lo que está observando, el sonido envuelve a los oyentes y los unifica. El hombre oracular carece de conciencia de su propia unidad y de su individualidad; es tribal en cuanto se siente plenamente integrado e identificado con el grupo que, como el sonido, lo envuelve y absorbe; -algo que se puede también apreciar en el sentido colectivo originario de la culpa hasta su paulatina individualización-.
El antropólogo americano J.J Carothers hace la siguiente caracterización, en su trabajo Cultura, psiquiatría y mundo escrito, del hombre ágrafo:
"En razón de las influencias educativas que inciden en los africanos durante su infancia, adolescencia y podría decirse durante toda su vida, el individuo llega a considerarse más bien como una parte insignificante de un organismo mucho mayor -la familia y el clan- y no como unidad independiente y que confía en sí misma; la ambición e iniciativas personales tienen pocas oportunidades para manifestarse; y en cada hombre no se produce una integración sustancial de sus experiencias individuales y personales. Por contraste con la limitación impuesta a su nivel intelectual, se le permite una gran libertad en el nivel temperamental, y se impone que el hombre viva intensamente el "aquí y ahora", que sea extrovertido en alto grado, y que dé libérrima expresión a sus sentimientos. A diferencia del niño occidental, al que desde muy pronto se le presenta un mundo de bloques de construcción, llaves y cerraduras, grifos y una multitud de objetos y hechos que le obligan a pensar en términos de relación espacio-temporal y de causación mecánica, el niño africano recibe, por el contrario, una educación que depende de la palabra hablada, y relativamente mucho más cargado de elementos dramáticos y emocionales."
¿Es cierto que escribir y leer son actividades introspectivas que individualizan, aíslan y hacen solitarios y reconcentrados sobre sí mismos a los hombres?
¿Porqué el músico vienés Carl Orff prohibió que los niños que hubieran aprendido a leer y escribir estudiaran música en su escuela?
Popper, en los primeros capítulos de La sociedad abierta y sus enemigos habla del período de la Grecia arcaica como el del tránsito de la tribu a la ciudad; de la unidad biológica a las relaciones abstractas de intercambio y cooperación. ¿Qué papel jugó en ello el alfabeto y el libro?

Dice el crítico literario George Steiner, en su monumental obra Después de Babel: "el lenguaje es el instrumento gracias al cual el hombre se niega a aceptar el mundo tal y como es." Y añade: "el impulso irresistible de decir lo que no es se encuentra en el núcleo mismo del lenguaje y del pensamiento." Una frase en la que resuena aquella música presente en el Aurora de Nietzsche: "el genio propio del hombre es el genio de la mentira." Verdad , mentira, lo que es, lo que no es. Ahí está presente la escritura. Como expresa certeramente Mcluhan: "una filosofía escrita hará naturalmente de la certeza el primer objeto de conocimiento."
Iniciemos el recorrido que va de la cultura oral a la escrita con esta otra frase, -aparentemente enigmática- del escritor canadiense: " con el signo sin sentido asociado al sonido sin sentido, hemos construido la forma y el sentido del hombre occidental."
Entre los años 1.000 y 700 a.n.e. transcurre el período que hemos dado en llamar la "edad oscura de la Grecia antigua". Y, a partir del 700, repentinamente, se hace la luz. Resulta obvio que la coincidencia entre luminosidad y alfabeto no puede ser vana.
Ahora bien, todas las consideraciones razonables apuntan a que el alfabeto no fue aceptado de buenas a primeras, contra lo que podría parecernos, sino que tropezó con resistencias importantes, que tan sólo se fueron debilitando a un ritmo que nada más podemos determinar combinando un gran número de pruebas indirectas.
Como botón de muestra, veamos lo que aduce Platón, ya en el siglo IV, y con la escritura generalizada. Escribe en el Fedro:
"Así fueron muchas, según se dice, las observaciones en ambos sentidos (de censura o de elogio) que hizo Thamus a Theuth sobre cada una de las artes y sería muy largo exponerlas. Pero cuando llegó a los caracteres de la escritura: "este conocimiento, ¡oh rey! -dijo Theuth- hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que en él se ha descubierto." Pero el rey respondió: "¡oh ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra es ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de él han de servirse, y así tu, que eres padre de los caracteres de la escritura, por benevolencia hacia ellos les has atribuido facultades contrarias a las que poseen. Esto, en efecto, producirá en el alma de los que lo aprendan el olvido, por el descuido de la memoria, ya que, fiándose en la escritura recordarán de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos. No es pues el elixir de la memoria lo que has encontrado. Es la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que procuras a tus alumnos; porque, una vez que hayas hecho de ellos eruditos sin verdadera instrucción, parecerán jueces entendidos en muchas cosas, no entendiendo nada en la mayoría de los casos y su compañía se hará más difícil de soportar porque se habrán convertido en sabios en su propia opinión, en lugar de sabios."
La actitud de Platón revela ambigüedades y contradicciones, cuanto menos serias dudas, hacia la escritura. Él la utiliza, e incluso, me parece a mi, es consciente de que la reflexión y la renovación de la educación pasan por ella, pero alerta contra un uso mecánico e inhumano, insensible a las dudas, al dialogo y a la dialéctica, y destructor de la memoria. No estaba sólo en ello. Quedan otras constancias similares, por ejemplo Sócrates, el matemático Enópides o el cínico Antístenes nos han legado igualmente su preocupación por el efecto superficial que pudiera tener sobre los estudiantes un material leído y no asimilado. Son, en fin, reticencias no muy lejanas a las actuales ante la tecnología informática.
La cultura oral, pues, fue abandonando Grecia muy lentamente, a medida que el almacenamiento escrito de información la fue sustituyendo.
A pesar de la relativa facilidad del aprendizaje en el uso del alfabeto -muy lejos de las dificultades de los silabarios orientales- (Platón establece tres años para su manejo)- su adaptación no pudo ser más premiosa, y el flujo de textos exiguo hasta la segunda mitad del siglo V a.n.e. Aún en el siglo VI una inscripción nos revela la pervivencia de funcionarios civiles llamados "mnemones" (memorizadores) cuyo oficio consistía en conservar en la memoria las decisiones civiles y una cierta cronología del pasado, fijando nombres y acontecimientos.
Es así como las formas de lenguaje y pensamiento orales perduraron, aproximadamente, hasta el 400 a.n.e., y como la literatura y la filosofía no pueden entenderse bien sin este escenario.
Esto explica, entre otras cosas, por qué casi hasta la muerte de Eurípides la literatura y la filosofía estaba escrita, desde sus inicios, básicamente en verso y no en prosa. Las excepciones son algunas obras jonias; la primera de ellas, al parecer, la Teogonía o la caverna de los siete abismos de Ferécides de Siro, en el siglo VI, y, tras él la de el geógrafo Hecateo de Mileto, las de los filósofos Anaxágoras y Protágoras, la de el, también, historiador Herodoto, y algunos de los escritos médicos atribuidos a Hipócrates. Pero también la prosa se escribía para ser recitada en público.
Por encima de todo, el sentido de la oralidad sobrevivía en el comportamiento de la lengua griega al ser trasladada a la escritura. La oralidad es intraducible para nuestro lenguaje proposicional con cópula, legado, en gran medida, de Platón y Aristóteles. La Grecia oral no sabía lo que era un objeto de pensamiento (idea), solo lo particular y la acción, como Snell ha demostrado. Fue necesario ir forzando el lenguaje para dar cabida a la expresión de los sentimientos y la abstracción.
El primer reflejo de la escritura fue, pues, el de registrar la oralidad misma en su propia textualidad. Las obras maestras que ahora leemos como textos son una textura en la que se entretejen lo oral y lo escrito. Su composición se llevó a cabo en un proceso dialéctico en el que lo que nosotros solemos ver como valor literario, se introdujo a escondidas en un estilo que se había formado originariamente a partir de ecos acústicos rítmicos y musicales. Registro que se hacía sobre plomo, piedra, mármol o papiro, y que se conservaba, como Heráclito nos lo revela, en los archivos del Estado o de los templos.
El poeta podía utilizar el nuevo medio para fijar ideas o facilitar la composición, pero siempre teniendo en cuenta que el destinatario final había de ser la recitación o el canto en un medio oral, en audiencias públicas, en las que se escuchaba sin leer.
En Atenas, bajo Pisístrato, se concedió apoyo gubernamental a un nuevo modo oral que demostró una potencia desconocida hasta entonces: el teatro. Cabe suponer que su promoción fuera el producto de una política consciente de apuntalamiento de la oralidad y los valores tradicionales que ella vehiculaba -la ideología olímpica y aristocrática- ante el avance revolucionario de la escritura. Así lo puede hacer pensar el que también en ese momento se instituyera oficialmente la pública recitación de los poemas homéricos en las fiestas panateneas, y que la fuente fundamental de inspiración del teatro lo constituyera la poesía épica, presentada y reinterpretada de una manera radicalmente nueva, a través de su escenificación.
El teatro pasó a convertirse así en un poderoso suplemento a la poesía épica y un nuevo vehículo de preservación de la experiencia, las enseñanzas morales, y la memoria histórica que aquella contenía. Sus piezas eran memorizadas, enseñadas, citadas y consultadas asiduamente por los ciudadanos.
El teatro supuso, por ello, una especialización tecnológica clave en la cultura griega. La poesía coral ofreció una fisura por la que se coló primero el corifeo y luego los actores que escenificaban visualmente la poesía auditiva. Probablemente sea el síntoma más evidente del paso de una cultura oral a otra híbrida, semioral o audiovisual, que domina el siglo V y el clasicismo, hasta que, por fin, a finales de siglo termina por imponerse la escritura. Tan sólo me hallo, en estos momentos, en condiciones de conjeturar acerca de si el momento culminante de la cultura griega que constituyó el clasicismo fue el producto de la síntesis equilibrada de los valores que aportaban ambas culturas: el sentido del ritmo y la armonía acústicos y el sentido de la forma y proporción visuales. El auge de la escritura a finales de siglo va unida al del racionalismo, el fin de la tragedia y la disolución de la democracia griega en el creciente individualismo, que afectan al siglo IV.
La escritura, que hasta ese siglo V había sido utilizada primordialmente para escriturar la oralidad y para fines prácticos, va a adquirir a lo largo de él un valor radicalmente nuevo, según testimonios coincidentes de pasajes literarios y pinturas de cerámica. Si Herodoto (480-420) organizaba aún, en diversas ciudades griegas, lecturas públicas de sus obras, a Tucídides (465-395), perteneciente a la siguiente generación, le resultaba ya extraño recitar su narración histórica para el entretenimiento del público. Entre ambas generaciones (quizás también entre Sófocles y Eurípides) parece que se puede fijar el punto de inflexión en que se decanta el tránsito de lo oral a lo escrito. Hay indicios razonables para pensar que en ello jugaron un papel sobresaliente Anaxágoras y, sobre todo, los Sofistas, los primeros en descubrir conscientemente el valor que podría tener la difusión del "libro" de cara a instaurar un nuevo sistema cultural. A ellos se debe una decidida promoción del progreso de la palabra escrita.
Dado el vasto crecimiento de la documentación pública, no es exagerado afirmar que hacia mediados del siglo V el ateniense medio sabía leer y escribir, y que ya se enseñara en las escuelas la escritura. Ni tampoco pensar que esa capacidad fuera un presupuesto básico de su democracia, pues las leyes y decisiones del pueblo se escrituraban en inscripciones de piedra o mármol para su general conocimiento. Pero una cosa era que la escritura sirviera para usos prácticos y públicos, y otra que lectura y escritura fueran dirigidas a fines culturales. Wilamowitz, por ejemplo, no quiso conceder la dignidad de "libros" a los supuestos escritos de los investigadores jonios, pues -alegaba- al no estar publicados, se divulgaban o corrían, manuscritos, en círculos restringidos de amigos y alumnos. Hay razones para pensar, sin embargo, que esta era la forma corriente de circulación y difusión de los textos, al menos hasta el siglo IV. El término que se utilizaba para definirlos era el de "hypommemata", traducible por apuntes o memorandums.
Sabemos, no obstante sus dificultades de divulgación, que en el siglo V ateniense se escribieron algunos "manuales técnicos" de los que conservamos nada más que referencias: Sobre la tragedia de Sófocles, Sobre la pintura escenográfica de Agatarco, Sobre el Partenón de su arquitecto Ictinos, Sobre la simetría del cuerpo humano del escultor Policleto, Sobre el urbanismo de Hipodamo... Igualmente sabemos que discursos y conferencias eran escritas primero, y memorizadas luego por el orador, y que Pericles fue el primero en pronunciar un discurso escrito y Protágoras en leer en público una obra -Sobre los dioses- Los Sofistas tenían el hábito de, cuando pronunciaban un discurso, preparar varias copias de él para que quedara constancia y se distribuyera entre algunos.
El momento en que podemos afirmar con rotundidad que la escritura está ya generalmente aceptada es el de su oficialización en Atenas, rondando el 400 a.n.e. Varios datos así lo avalan. En el 403 un decreto del arconte Eucleides establece, por primera vez, el Archivo de la ciudad o Metroon, para archivar en él las decisiones públicas, normas y contratos civiles y comerciales. Lo que se corresponde con el hecho de que siete años antes, en el 410, se constituyera una Oficina de Magistrados para revisar y codificar las leyes a archivar como de interés para la ciudad. Por esas mismas fechas se unifican los distintos alfabetos locales en uno sólo de base jonia, que se adopta como oficial. Y en el 390 se reorganiza el sistema judicial para introducir la escrituración en los juicios y la aceptación de documentos escritos como prueba. Parece, pues, que en esos veinte años que van del 410 al 390 Atenas adapta su maquinaria estatal definitivamente al nuevo hecho de tomar la escritura como base de todo su funcionamiento. Fijémonos que desde la introducción del alfabeto -aceptando la fecha de la copa Dypilon en el 725-, hasta el 390 han pasado ¡335 años! de convivencia de ambas culturas y de adaptación al nuevo medio.
Platón -en el Banquete- y Aristóteles -en la Poética- dan cuenta de un aspecto, en el que no puedo detenerme aquí, pero que me parece altamente explicativo de lo prolongado de este proceso. No es otro que el cambio de la oralidad por la escritura exigía toda una reestructuración de los mecanismo de placer del hombre griego. En términos llanos sería pasar desde el placer sensual, corporal, que implica la poesía rítmica, la música, la danza y la promiscuidad catárquica, a individualizar e identificar el placer con un argumento lógico o una demostración matemática, con el eros hacia las ideas o la abstracción. Y esto, intuyo, hubo de ser un proceso largo que debió correr en paralelo con una espiritualización de los placeres corporales que se plasma en como los griegos alumbraron y moldearon el amor o eros hasta culminar en el Banquete platónico.
El libro más antiguo que conocemos es Los Persas de Timoteo, un autor del siglo IV, hallado en unas excavaciones cerca de Memfis. Se trata de un rollo redactado sobre columnas, de escritura muy alargada, en verso. Las letras poseen forma epigráfica -lo que parece dar la razón a las tesis que sostienen que los libros atenienses se escribían como inscripciones-. La caligrafía es trabajosa, irregular, rígida, y falta de oficio y fluidez.
Todas las obras griegas que han llegado hasta nosotros provienen de la Biblioteca de Alejandría. Fue en ella, y bajo la filología helenística, que se canonizaron y vertieron a un griego legible para su época, pues hasta ese momento, entre otras cosas, no existía separación entre palabras, signos de puntuación o acentos.
Como legado de los orígenes oraculares y semioraculares durante toda la Antigüedad y el Medioevo, hasta bien entrado el Renacimiento, se siguió leyendo en voz alta. La lectura en silencio suponía una anomalía tal que San Agustín hallaba esa costumbre en San Ambrosio harto extraña : "Pero cuando estaba leyendo sus ojos se deslizaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, más su voz y su lengua estaban mudas. Vinieron visitantes para observar este prodigio.×
Y tampoco termina la generalización de la lectura con las recitaciones públicas. Así Tácito describe como un autor se veía obligado a alquilar un local y sillas y a reunir un auditorio rogando personalmente la asistencia; y Juvenal se queja de que un hombre rico le prestara su casa y enviara a sus libertos y clientes pobres para formar el auditorio, pero se negara a costear las sillas.
Sin embargo, la importancia de la cultura griega se mostró pronto, no sólo, o no tanto, en la elaboración de ese alfabeto completo y de manejo accesible, cuanto en el uso que hizo de él. El pueblo griego supo ver posibilidades para otros usos que los meros intereses prácticos, y que iban a constituir su gigantesca novedad. Va a adaptar el alfabeto para fines expresivos y reflexivos, y, a través de ellos alumbrar, así, el sujeto humano. Esa va a ser su grandeza.
Antes que nada con fines expresivos para ocasiones privadas. Un individuo escribe para expresar sus experiencias, sentimientos o ideas. Al principio tímidamente, como Hesiodo, quien habla en nombre propio pero se coloca bajo el paraguas protector de la autoridad de las Musas -son éstas quienes se expresan a través de él- lo que no es óbice para que alumbre una nueva moralidad. Pero tras él Arquíloco ya lo hace con audacia, sin que le avergüence lo más mínimo contar cómo abandona el escudo y las armas y huye ante el enemigo, en expresa violación de la moral homérica del valor y la nobleza.
Safo desnuda sus sentimientos y su intimidad, y lo deja por escrito. En el uso expresivo que la lírica hace de la escritura nos encontramos ya con el descubrimiento de la singularidad a través de la conciencia del cuerpo y el profundo impacto que tal descubrimiento produce al hallar en él la fugacidad del instante hacia el fin inexorable: la muerte. A través del cuerpo se muestra a los líricos un sentido del tiempo nuevo, marcado por el heideggeriano "ser o estar ahí" "arrojado al mundo". El primer anonadamiento de una mismidad separada ya de la tribu; sorpresa de quien parece descubrir, por primera vez, la fragilidad de la existencia humana en el mundo. El transcurrir inexorable del tiempo lineal que pasa y ya no vuelve. Frente al sentido simultáneo del tiempo, propio de las culturas orales, inmersas en un presente constante, definido por los hechos y sucesos cotidianos, por la subsistencia y la practicidad, sin sentido -o con un sentido muy impreciso y vago- del pasado y el futuro; sin historia ni causalidad. Lo que nos muestra la primera poesía- la hesíodica y lírica- es el primer impacto de la escritura: un nuevo sentido del tiempo que deja la marca de
de la melancolía al ser interiorizado. Lo que nos va a evidenciar Tales, coetáneo de Safo va a ser el segundo de los impactos: un nuevo sentido del espacio en el que -sólo en él- es posible la geometría, y la primera objetivación del tiempo lineal en forma de causalidad. Ambos con una propiedad común: la continuidad frente a la discontinuidad propia de las culturas orales. Uno de los primeros empeños de Hesíodo es marcar un principio y un fin; un sentido en la genealogía y evolución de la historia de los dioses y de los hombres. Desde el caos inicial al orden y la justicia que Zeus representa, o desde una edad de oro a otra de hierro. Ya hay un pasado, un presente y un futuro, una linealidad y un sentido, un horizonte desde el que interpretar.
El descubrimiento del cuerpo, sus placeres, su sensualidad, el envejecimiento, el dolor. Los primeros balbuceos de una conciencia humana adolescente, casi infantil. Pero ahí, en Arquíloco, en Alceo, en Safo, está ya el hombre. Antes que la lógica y la abstracción, se muestra al hombre la conciencia del existir en forma de desproteción y de dureza. Más tarde vendrá la razón en su ayuda. Pero de lo primero que la escritura nos ha dejado constancia es de que cuando el hombre nace lo hace meciéndose entre el dolor y el goce. Como un cesto de mimbre a la deriva , débil e indefenso gime, y en su gemir se confunden la angustia y el placer. Su dignidad, su grandeza, su poder, serán logros tardíos, cuando dos siglos de filosofía le hayan mostrado el valor de la reflexión.
Los filósofos presocráticos siguen siendo hombres que componen igual que los poetas, o, como Heráclito, en epigramas poéticos, y sometiéndose a las condiciones de la tradición oral, pero tratando de adaptarla a un nuevo uso. Un escritor necesita lectores, y, para ello, hay que crearlos; la tradición seguía apoyándose en repetir la épica y componer suplementos a Homero, en forma de himnos, odas, tragedias...; conservando los mecanismos del ritmo y el idioma de la imagen; predominando el hecho sobre la idea, y lo concreto sobre lo abstracto.
La ruptura del embrujo de la narrativa, redistribuyendo la experiencia por categorías y no por acontecimientos, se empezó a intentar desde los confines del ritmo. Los primeros pensadores eran aún poetas. Tenían que pensar en voz alta para que sus composiciones fueran recitadas y aprendidas. La consecuencia más inmediata de semejante falsilla es que tiende a comprometer la intención conceptual tornándola confusa. El vocabulario y la sintaxis indispensable no se consiguen probablemente hasta los Sofistas, Tucídides y los escritos hipocráticos (quizás pudieran también incluirse Anaxágoras y Demócrito), es decir, a mediados del siglo V. Creo que estamos en condiciones de afirmar que la Ilustración ateniense de la segunda mitad del siglo V gira en torno al descubrimiento del intelectualismo como un nuevo nivel de la conciencia humana.
El estilo formulario de los textos de Jenófanes, Heráclito o Parménides es aún bastante acusado, a pesar de que los dos últimos escriban ya al filo del 500 a.n.e., es decir, después de más un siglo de penetración de la escritura. Sin embargo valoramos en ellos el empeño por un nuevo vocabulario, por una sintaxis nueva de la abstracción, y una crítica hacia la tradición homérica.
La desaparición de la necesidad de narrativizar todo enunciado que se quiera conservar probablemente dio al compositor libertad de elegir, para un discurso, sujetos que no necesariamente habían de ser agentes -dioses u hombres- abriendo el espacio a entes impersonales, ideas, abstracciones o entidades. En este sentido es sumamente aleccionador leer a Hesiodo, y, sobre todo Los trabajos y los días, donde podemos fijarnos y seguir la pista al tratamiento que hace de la Justicia (Diké). A momentos apreciamos como si estuviera a punto de tratarla como una abstracción, por sus atributos, y de inmediato la ata sujetándola a una divinidad. Es como si tendiera a escapársele de las manos, a elevarse hacia la abstracción y adquirir autonomía por sí misma, y Hesiodo vacilara entre dejarla volar o cargarla con el lastre de la personificación divina. La dramatización que Parménides hace del Ser frente al No Ser nos conduce a pensar que la abstracción ya se ha asentado frente a la acción, el acontecimiento y lo accidental por transitorio y fugitivo. Pero la tensión de su dramatización y la rotundidad de su afirmación nos deja la huella de lo agudo, aún, del conflicto.
Las palabras de Heráclito evocan situaciones pictóricas y concretas. Su estilo oracular -que le valió el sobrenombre de "el oscuro"- es un estilo oral, y su mundo el de la audiencia. Sus aforismos lo son para la memorización oral, pues el aforismo es una forma oracular tan popular como el verso hexámetro.
A pesar de que ya se haya avanzado mucho en lo expuesto hasta ahora, resta la pregunta clave en todo este asunto: ¿hasta qué punto debe atribuirse al alfabeto la condición de causa de las transcendentales innovaciones intelectuales que tuvieron lugar en Grecia? Sabemos que aspectos cruciales de esa cultura surgieron a partir de ese momento, ¿cabe sustituir la tradicional imputación al "genio griego" por lo que es simplemente el nacimiento de una cultura escrita cualificada por la riqueza y facilidad de su alfabeto, frente a las culturas ágrafas o semiágrafas? Quienes así lo hacen se refieren fundamentalmente a dos aspectos:
A. La naturaleza de los cambios perceptivos e intelectuales en el paso de la oralidad a la escritura.
B. El surgimiento de la individuación.
Nuestra manera de usar los sentidos, de pensar y de ser se altera con el paso de la oralidad a la escritura. Sobre ello va a versar -brevemente- el último punto que voy a tratar.

Uno de los libros de antropología más conocidos y comúnmente utilizados es La rama dorada de James Frazer. En él leemos:
"Porque la literatura acelera el avance del pensamiento en tal grado que deja el lento progreso de la opinión de palabra u oral muy atrás, a una inconmensurable distancia. Dos o tres generaciones de literatura pueden hacer más por cambiar el pensamiento que dos o tres mil años de vida tradicional."
Mucho antes que él, Edgar Allan Poe había expresado:
"Es cierto que el simple hábito de redactar hace más lógico el pensamiento."
Algo más de un siglo después de la introducción del alfabeto en Grecia aparece un tipo de actividad mental radicalmente nueva consistente en ir sustituyendo el mecanismo de memorización por el de cálculo -los "mathema" u objetos intelectuales puros-; el intelecto posee unos objetos propios, en sí mismos: los "en sí" o "unos", diferentes de los objetos o seres físicos, materiales. Tales objetos pueden manejarse, relacionarse entre sí, analizarse, hasta constituir un mundo autónomo. La interrogación lógica que a cualquiera le surge es ¿existe alguna relación entre aquel alfabeto y estos objetos mentales? Y si es así ¿de qué tipo? ¿cuál es su proceso? Cabría resumir ese proceso como aquél en virtud del cual se abstrae la fuerza mágica que tiene la palabra en el mundo oral y poético, para otorgale significaciones.
El antropólogo americano J.J Canothers, antes citado, dice:
"Cuando las palabras se escriben pasan a formar parte del mundo visual. Como la mayor parte de los elementos del mundo visual, devienen cosas estáticas y, como tales, pierden el dinamismo tan característico del mundo auditivo en general y de la palabra hablada en particular. Pierde mucho del elemento personal en el sentido de que la palabra escuchada nos ha sido dirigida, la palabra vista no. Pierde aquella resonancia emocional y énfasis... y así, en general, las palabras al hacerse visibles, pasan a formar parte de un mundo de relativa indiferencia para quien los ve, un mundo en el que la fuerza mágica de la palabra ha quedado abstraída."
Dicho de otra manera, en la translación de sonido a código visual la palabra se purga de su multidimensional resonancia y de sus connotaciones emocionales para quedar neutralizada como "logos": palabra lista para ser utilizada por la razón.
Acerca del cómo se desenvuelve esa transición todos los autores están de acuerdo: entre la memorización y la abstracción se sitúa un cambio en las formas perceptivas. De una mente que trabaja para memorizar a otra que lo hace para abstraer solo se puede pasar mediante una transformación previa del universo perceptivo, lo cual no significa otra cosa que cambios en la sensibilidad del espacio-tiempo. Trabajos realizados por Jhon Williams, investigador del Instituto africano de Londres, han demostrado, al trabajar con niños africanos pertenecientes a culturas ágrafas, que son incapaces de leer una fotografía o una película; el espacio euclideo les es desconocido al exigir una gran separación entre la vista y el tacto. También Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano confirma que la concepción occidental de espacio y tiempo están ausentes de la vida del hombre arcaico. W. Ivins en Prints and visual communication (Letras y comunicación visual) ha seguido los pasos al surgimiento de la perspectiva renacentista desde una sociedad también de base oracular como la medieval. Ya sobre 1950 el matemático Tobias Dantzing publicó una historia cultural de las matemáticas -que llevó a Einstein a declarar admirado: "es este el libro más interesante sobre la evolución de las matemáticas que ha caído en mis manos"- titulada Number, the language of Science en el que explicaba el surgimiento de la sensibilidad euclidea del alfabeto fonético.
La tesis común que recorre las obras de estos autores la expone Mcluhan de la siguiente manera:
"Si se introduce una tecnología que da ascendencia a alguno de los sentidos el equilibrio o proporción entre todos ellos queda alterado. Ya no sentimos del mismo modo. El resultado es la ruptura de la proporción entre ellos."
Tesis, por otra parte, que ya había enunciado hace dos siglo el dibujante inglés William Blake al proponer que cuando varía la proporción entre los sentidos el hombre varía.
Al introducir la escritura, privilegiamos el sentido visual en detrimento del oído y el tacto. De manera que nuestra concepción del espacio-tiempo se ve igualmente alterada desde lo discontinuo (el espacio está unido a objetos, lugares, seres concretos) a otro continuo, y por ello homogéneo y lineal, del que surgen las formas abstractivo-geométricas y la narración cronológica o historia. El continuo no es un valor perceptivo que nace de la experiencia vital sino que es un valor perceptivo alfabético o tipográfico. La linealidad es valor primordial de la escritura y lo visual, como lo discontinuo lo es del sonido y el tacto. Fue la escritura lineal y alfabética la que hizo posible la súbita invención de las gramáticas del pensamiento y la ciencia.
¿Por qué imaginamos ilusoriamente el espacio como si fuera un receptáculo independiente, mientras que en realidad el espacio es una cualidad o relación entre las cosas y no existe sin ellas? [Sabemos que este es precisamente el eje del conflicto entre matemáticos y físicos griegos, y, en especial entre Aristóteles y los atomistas, platónicos y geómetras; y la razón por la que Aristóteles no se decide a la aplicación de la matemática a la física: su espacio y el de Euclides son tan distintos como un espacio físico´táctil y otro abstracto.]:
mediante la abstracción de lo visual de la normal intersección de los sentidos. Eso es precisamente lo que supone la escritura fonética: un código visual. La continuidad y uniformidad no se instala sólo en la geometría sino en el orden del pensamiento, en la lógica.
Aceptando este supuesto se puede ir más lejos, como lo hace W. Ivins, estableciendo que la formalización geométrica y lógica del espacio, separada del mundo táctil de la realidad física, nos deja encerrados en la falacia del continente y el contenido, de la forma y la materia, como les acaeció a los griegos. Según él todo alfabeto fonético se siente compelido universalmente a separar forma (escritura, significante) y contenido (significado o materia del significante).
No es demasiado complicado seguir la cadena de consecuencias de esa separación de lo visual con respecto a lo táctil y auditivo, como hace Van Groningen en In the grip of the past y establecer desde la linealidad y el orden secuencial la necesidad de explicar el presente, lo que sucede, por secuencias causales ubicadas en el pasado, de donde la ciencia y la- pregunta jónica por el origen -o "arjé"- de la cadena causativa.

De manera escueta, a lo ya dicho, añadir un par de rasgos. Dice Macluhan al respecto:
"Ningún sistema pictográfico, ideográfico o jeroglífico de escritura tiene el poder destribalizador del alfabético fonético. Ninguna otra escritura, sino la fonética, ha sacado jamás al hombre del mundo posesivo, de interdependencia total y de relación mutua, que es la red auditiva. Desde aquel mundo mágico y resonante de relaciones simultáneas que es el espacio oral y acústico, solo existe un camino hacia la libertad e independencia del hombre destribalizado. Este camino es el alfabeto fonético."
La experiencia cognoscitiva del hombre de la tradición oral consistía en ponerse al corriente de la organización social, la capacidad técnica y los imperativos morales del grupo al que pertenecía. La aparición de un yo o personalidad autónoma como ente o substancia real, capaz de tomar decisiones en el plano moral y de alcanzar el conocimiento, supone un largo proceso que lo vemos surgir ya en Hesiodo y la lírica, y más tarde en Jenófanes y Heráclito, hasta consolidarse en el siglo V, dentro del marco de una amplia revolución intelectual presidida por el "conócete a ti mismo".
El hombre oracular era producto de lo que veía, oía y recordaba. Su labor no consistía en formarse convicciones individuales y únicas, sino en conservar tenazmente su tesoro de ejemplos, constantemente presente ante él en sus reflejos acústicos. Su condición mental era de sometimiento pasivo. Sus actos, llevados a cabo en respuesta a las situaciones en que se halla se rigen por los ejemplos que él recuerda de otros realizados por los héroes que le precedieron. Aquí no encajan ni las palabras ni la situación "yo soy una cosa y la tradición otra", ni que un individuo pueda apartarse de la tradición, cuestionarla o someterla a examen.
Para eso tendría primero que dejar de revivir la escala de valores en que se ve envuelto y pensar y actuar con independencia de la memoria. Lo que supondría aceptar como premisa la existencia de un yo, alma o consciencia que se gobierna a sí misma y encuentra los motivos de sus propios actos sin necesidad de acudir a la experiencia poética.
Fue la escritura quien habilitó el espacio físico y espiritual para la individuación. Al objetivar la palabra y hacer accesible su significado a una inspección mucho más prolongada e intensa de lo que es posible oralmente, fomenta el pensamiento privado e incrementa la conciencia de las diferencias individuales en materia de conductas y personalidad. Habilita la libre iniciativa y creatividad de sus miembros de forma plural. Tal tendencia es la que de manera casi inevitable abrirá el camino y el horizonte de la democracia griega como correlato político de la alfabetización, la expresividad, la abstracción y la individualización.
No quisiera terminar sin leer una frase del propio Macluhan que creo sintetiza brillantemente todo el proceso:
"El mundo mágico desaparece en la misma proporción en que los acontecimientos interiores se hacen visualmente manifiestos."
Esa visualización se consigue cuando se obtiene un espejo o speculo, una superficie reflectante sobre la que poner fuera lo interior, especular y reflexionar. Y cuando lo vemos fuera, especulamos y reflexionamos, adquirimos conciencia. Ese espejo es la escritura y esa conciencia es la conciencia del yo.



    • CAVALLO,G.- Libros, editores y público en el Mundo Antiguo. Madrid, ed. Alianza Universidad, 1995.
    • GELB,I.- Historia de la escritura. Madrid, ed. Alianza Universidad, 1991.
    • GENTILI, B.- Poesía y público en la Grecia antigua. Barcelona, ed. Quaderns Crema, 1996.
    • GOODY,J.- Cultura escrita en sociedades tradicionales. Barcelona, ed. Gedisa, 1996.
    • HAVELOCK,E.- Prefacio a Platón. Madrid, ed. Visor, 1994.
    • HAVELOCK,E.- La musa aprende a escribir. Barcelona, ed. Paidós, 1996.
    • HAVELOCK,E.- Pre-literacy and the pre-socratics. Bulletin of the Institute of Classical Studies of the University of London, XIII, 1966, págs 44-67.
    • MCLUHAN,M.- La galaxia Gutenberg. Barcelona, ed. Círculo de Lectores, 1993.
    • ONG,W.- Oralidad y escritura. México, ed. F.C.E, 1993.
    • RONCHI,R.- La verdad en el espejo. Los presocráticos en el alba de la filosofía. Madrid, ed. Akal, 1996.
    • ROUSSEAU,J.J.- Ensayo sobre el origen de las lenguas. Madrid, ed. Akal, 1980.
    • SNELL,B.- Las fuentes del pensamiento europeo. Madrid, ed. Razón y Fe, 1965.
    • STEINER,G.- Después de Babel. México, F.C.E, 1981.
    • THOMAS,R.- Oral tradition and written record in classical Athens. New York, ed. Cambridge University Press, 1990.



















martes, 9 de julio de 2019

ILIADA CANTO II. TERSITES Y ODISEO

HOMERO.
ILÍADA
CANTO II
SUEÑO.—PRUEBA.—BEOCIA Ó CATÁLOGO DE LAS NAVES.
TERSITES Y ODISEO. LA ARETÉ PUESTA EN CONTROVERSIA

1 Las demás deidades y los hombres que en carros combaten, durmieron toda la noche; pero Júpiter no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar á Aquiles y causar gran matanza junto á las naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamenón, pronunció estas aladas palabras:
8 «Anda, pernicioso Sueño, encamínate á las veleras naves aqueas, introdúcete en la tienda de Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy á encargarte. Ordénale que arme á los aqueos de larga cabellera y saque toda la hueste: ahora podría tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos.»
16 Tal dijo. Partió el Sueño al oir el mandato, llegó en un instante á las veleras naves aqueas, y hallando dormido en su tienda al Atrida Agamenón—alrededor del héroe habíase difundido el sueño inmortal—púsose sobre la cabeza del mismo, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo, que era el anciano á quien aquél más honraba. Así transfigurado, dijo el divino Sueño: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe á quien se han confiado los guerreros y á cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Júpiter; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena á los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos por la voluntad de Júpiter. Graba mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el dulce sueño te abandone.»
35 Dijo, se fué y dejó á Agamenón revolviendo en su espíritu lo que no debía cumplirse. Figurábase que iba á tomar la ciudad de Troya aquel mismo día. ¡Insensato! No sabía lo que tramaba Júpiter, quien había de causar nuevos males y llanto á los troyanos y á los dánaos por medio de terribles peleas. Cuando despertó, la voz divina resonaba aún en torno suyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vistió la túnica fina, hermosa, nueva; se echó el gran manto, calzó sus pies con bellas sandalias y colgó del hombro la espada tachonada con argénteos clavos. Tomó el imperecedero cetro de su padre y se encaminó hacia las naves de los aqueos, de broncíneas lorigas.
48 Subía la divinal Aurora al vasto Olimpo para anunciar el día á Júpiter y á los demás dioses, cuando Agamenón ordenó que los heraldos de voz sonora convocaran á junta á los aqueos de larga cabellera. Convocáronlos aquéllos, y éstos se reunieron en seguida.
53 Pero celebróse antes un consejo de magnánimos próceres junto á la nave del rey Néstor, natural de Pilos. Agamenón los llamó para hacerles una discreta consulta:
56 «¡Oíd, amigos! Dormía durante la noche inmortal, cuando se me acercó un Sueño divino muy semejante al ilustre Néstor en la forma, estatura y natural. Púsose sobre mi cabeza y profirió estas palabras: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe á quien se han confiado los guerreros y á cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Júpiter; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena á los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos por la voluntad de Júpiter. Graba mis palabras en tu memoria.» Dijo, fuése volando, y el dulce sueño me abandonó. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos como es debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros, hablándoles unos por un lado y otros por el opuesto, procurad detenerlos.»
76 Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente levantóse Néstor, que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
79 «¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese el sueño, lo creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloría de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas.»
84 Dichas estas palabras, salió del consejo. Los reyes que llevan cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean á este lado y otras á aquel, así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y tiendas á la junta. En medio, la Fama, mensajera de Júpiter, enardecida, les instigaba á que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse la junta, gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos daban voces para que callaran y oyeran á los reyes, alumnos de Júpiter. Sentáronse al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Vulcano hiciera para el soberano Jove Saturnio—éste lo dió al mensajero Argicida; Mercurio lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, á su vez, lo entregó á Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó á Tiestes, rico en ganado, y Tiestes lo dejó á Agamenón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos,—y descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así á los argivos:
110 «¡Amigos, héroes dánaos, ministros de Marte! En grave infortunio envolvióme Júpiter. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilión, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar á Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Júpiter, que ha destruído las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen á saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana é ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda tendrá fin! Pues si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En tanto superan los aqueos á los troyanos que en Ilión moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi propósito y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Troya. Nueve años del gran Jove transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras esposas é hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima á la empresa para la cual vinimos. Ea, obremos todos como voy á decir: Huyamos en las naves á nuestra patria, pues ya no tomaremos á Troya, la de anchas calles.»
142 Así dijo; y á todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón en el pecho. Agitóse la junta como las grandes olas que en el mar Icario levantan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Júpiter. Como el Céfiro mueve con violento soplo un campo de trigo y se cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda la junta. Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren hacia los bajeles; exhórtanse á tirar de ellos para botarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen á volver á la patria llega hasta el cielo.
155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los argivos, si Juno no hubiese dicho á Minerva:
157 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! ¡Indómita deidad! ¿Huirán los argivos á sus casas, á su tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo á Príamo y á los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos, de broncíneas lorigas, detén con suaves palabras á cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.»
166 De este modo habló. Minerva, la diosa de los brillantes ojos, no fué desobediente. Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó presto á las naves aqueas y halló á Ulises, igual á Júpiter en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar la negra nave de muchos bancos porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose á su lado, díjole Minerva, la de los brillantes ojos:
173 «¡Hijo de Laertes, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! ¿Huiréis á vuestras casas, á la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos, y dejaréis como trofeo á Príamo y á los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos y no cejes: detén con suaves palabras á cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.»
182 Dijo. Ulises conoció la voz de la diosa; tiró el manto, que recogió el heraldo Euríbates de Ítaca, que le acompañaba; corrió hacia el Atrida Agamenón, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y con éste en la mano, enderezó á las naves de los aqueos, de broncíneas lorigas.
188 Cuando encontraba á un rey ó á un capitán eximio, parábase y le detenía con suaves palabras:
190 «¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte y haz que los otros se detengan también. Aún no conoces claramente la intención del Atrida: ahora nos prueba, y pronto castigará á los aqueos. En el consejo no todos comprendimos lo que dijo. No sea que, irritándose, maltrate á los aqueos; la cólera de los reyes, alumnos de Jove, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Júpiter y éste los ama.»
198 Cuando encontraba á un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y le increpaba de esta manera:
200 «¡Desdichado! Estáte quieto y escucha á los que te aventajan en bravura; tú, débil é inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquel á quien el hijo del artero Saturno dió cetro y leyes para que reine sobre nosotros.»
207 Así Ulises, obrando como supremo jefe, se imponía al ejército; y ellos se apresuraban á volver de las tiendas y naves á la junta,
La Ilíada (Luis Segalá y Estalella) (page 35 crop).jpg
Anda, pernicioso Sueño, introdúcete en la tienda de Agamenón y dile lo que voy á encargarte
(Canto II, versos 8 á 10.)
con gran vocerío, como cuando el olaje del estruendoso mar brama en la anchurosa playa y el ponto resuena.
211 Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, á excepción de Tersites, que, sin poner freno á la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas palabras groseras para disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que á él le pareciera, hacerlo ridículo para los argivos. Fué el hombre más feo que llegó á Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanle de un modo especial Aquiles y Ulises, á quienes zahería; y entonces, dando estridentes voces, insultaba al divino Agamenón. Y por más que los aqueos se indignaban é irritaban mucho contra él, seguía increpándole á voz en grito:
225 «¡Atrida! ¿De qué te quejas ó de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce y tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que á nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que un troyano te traiga de Ilión para redimir al hijo que yo ú otro aqueo haya hecho prisionero? ¿Ó, por ventura, una joven con quien goces del amor y que tú solo poseas? No es justo que, siendo el jefe, ocasiones tantos males á los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves á la patria y dejémosle aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve ó no nuestra ayuda; ya que ha ofendido á Aquiles, varón muy superior, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Poca cólera siente Aquiles en su pecho y es grande su indolencia; si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje.»
243 Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo á Agamenón, pastor de hombres. El divino Ulises se detuvo á su lado; y mirándole con torva faz, le increpó duramente:
246 «¡Tersites parlero! Aunque seas orador fecundo, calla y no quieras disputar con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tú entre cuantos han venido á Ilión con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca á los reyes, ni los injuries, ni pienses en el regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará y si la vuelta de los aqueos será feliz ó desgraciada. Mas tú denuestas al Atrida Agamenón, porque los héroes dánaos le dan muchas cosas; por esto le zahieres. Lo que voy á decir se cumplirá: Si vuelvo á encontrarte delirando como ahora, que Ulises no conserve la cabeza sobre los hombros ni sea llamado padre de Telémaco si, echándote mano, no te despojo del vestido (el manto y la túnica que cubren tus vergüenzas) y no te envío lloroso de la junta á las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.»
265 Tal dijo, y con el cetro dióle un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda por bajo del áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró á todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera á su vecino:
272 «¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Ulises, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha realizado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo á zaherir con injuriosas palabras á los reyes.»
278 De tal modo hablaba la multitud. Levantóse Ulises, asolador de ciudades, con el cetro en la mano (Minerva, la de los brillantes ojos, que, transfigurada en heraldo, junto á él estaba, impuso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros hasta los últimos, oyeran el discurso y meditaran los consejos), y benévolo les arengó diciendo:
284 «¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de la Argólide, criadora de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilión. Cual si fuesen niños ó viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar á su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presente, que aquí permanecemos. No me enfado, pues, porque los aqueos se impacienten junto á las cóncavas naves; pero sería bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito. Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fué verídica la predicción de Calcas. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados por las Parcas, sois testigos de lo que ocurrió en Áulide cuando se reunieron las naves aqueas que tantos males habían de traer á Príamo y á los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas á los inmortales, junto á una fuente y á la sombra de un hermoso plátano á cuyo pie manaba el agua cristalina. Allí se nos ofreció un gran portento. Un horrible dragón de roja espalda, que el mismo Olímpico sacara á la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y con la madre que los parió, nueve. El dragón devoró á los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoleaba quejándose, y aquél volvióse y la cogió por el ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y á los polluelos, el dios que lo hiciera aparecer obró en él un prodigio: el hijo del artero Saturno transformólo en piedra, y nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este modo, las grandes y portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida Calcas, vaticinando, exclamó: «¿Por qué enmudecéis, aqueos de larga cabellera? El próvido Júpiter es quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria jamás perecerá. Como el dragón devoró á los polluelos del ave y al ave misma, los cuales eran ocho, y con la madre que los dió á luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles.» Tal fué lo que dijo y todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta que tomemos la gran ciudad de Príamo!»
333 De tal suerte habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente las naves, aplaudieron el discurso del divino Ulises. Y Néstor, caballero gerenio, les arengó diciendo:
337 «¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitos que no están ejercitados en los bélicos trabajos. ¿Qué son de nuestros convenios y juramentos? ¿Se fueron, pues, en humo los consejos, los afanes de los guerreros, los pactos consagrados con libaciones de vino puro y los apretones de manos en que confiábamos? Nos entretenemos en contender con palabras y sin motivo, y en tan largo espacio no hemos podido encontrar un medio eficaz para conseguir nuestro objeto. ¡Atrida! Tú, como siempre, manda con firme decisión á los argivos en el duro combate y deja que se consuman uno ó dos que en discordancia con los demás aqueos desean, aunque no realizarán su propósito, regresar á Argos antes de saber si fué ó no falsa la promesa de Júpiter, que lleva la égida. Pues yo os aseguro que el prepotente Saturnio se nos mostró propicio, relampagueando por el diestro lado y haciéndonos favorables señales, el día en que los argivos se embarcaron en las naves de ligero andar para traer á los troyanos la muerte y el destino. Nadie, pues, se dé prisa por volver á su casa, hasta haber dormido con la esposa de un troyano y haber vengado la huída y los gemidos de Helena. Y si alguno tanto anhelare el regreso, toque la negra nave de muchos bancos para que delante de todos sea muerto y cumpla su destino. ¡Oh rey! No dejes de pensar tú mismo y sigue también los consejos que nosotros te damos. No es despreciable lo que voy á decirte: Agrupa á los hombres, oh Agamenón, por tribus y familias, para que una tribu ayude á otra tribu y una familia á otra familia. Si así obrares y te obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes y soldados son cobardes y cuáles valerosos, pues pelearán distintamente; y conocerás si no puedes tomar la ciudad por la voluntad de los dioses ó por la cobardía de tus hombres y su impericia en la guerra.»
369 Respondió el rey Agamenón: «De nuevo, oh anciano, superas en la junta á los aqueos todos. Ojalá, ¡padre Júpiter, Minerva, Apolo!, tuviera entre los argivos diez consejeros semejantes; entonces la ciudad del rey Príamo sería pronto tomada y destruída por nuestras manos. Pero Júpiter, que lleva la égida, me envía penas, enredándome en inútiles disputas y riñas. Aquiles y yo peleamos con encontradas razones por una muchacha, y fuí el primero en irritarme; si ambos procediéramos de acuerdo, no se diferiría un solo momento la ruina de los troyanos. Ahora, id á comer para que luego trabemos el combate; cada uno afile la lanza, prepare el escudo, dé el pasto á los corceles de pies ligeros é inspeccione el carro, apercibiéndose para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá á prueba el horrendo Marte. Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue á los valientes guerreros á separarse. La correa del escudo que al combatiente cubre, se impregnará de sudor en torno del pecho; el brazo se fatigará con el manejo de la lanza, y sudarán los corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquel que se quede voluntariamente en las corvas naves, lejos de la batalla, como yo le vea, no se librará de los perros y de las aves de rapiña.»
394 Así habló. Los argivos promovían gran clamoreo, como cuando las olas, movidas por el Noto, baten un elevado risco que se adelanta sobre el mar y no lo dejan mientras soplan los vientos en contrarias direcciones. Luego, levantándose, se dispersaron por las naves, encendieron lumbre en las tiendas, tomaron la comida y ofrecieron sacrificios, quiénes á uno, quiénes á otro de los sempiternos dioses, para que los librasen de morir en la batalla. Agamenón, rey de hombres, inmoló un pingüe buey de cinco años al prepotente Saturnio, habiendo llamado á su tienda á los principales caudillos de los aqueos todos: á Néstor y al rey Idomeneo, luego á entrambos Ayaces y al hijo de Tideo, y en sexto lugar á Ulises, igual en prudencia á Júpiter. Espontáneamente se presentó Menelao, valiente en la pelea, porque sabía lo que su hermano estaba preparando. Colocáronse todos alrededor del buey y tomaron harina con sal. Y puesto en medio, el poderoso Agamenón oró diciendo:
412 «¡Júpiter gloriosísimo, máximo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el éter! ¡Que no se ponga el sol ni sobrevenga la obscura noche, antes que yo destruya el palacio de Príamo, entregándolo á las llamas; pegue voraz fuego á las puertas; rompa con mi lanza la coraza de Héctor en su mismo pecho, y vea á muchos de sus compañeros caídos de bruces en el polvo y mordiendo la tierra!»
419 Dijo; pero el Saturnio no accedió y, aceptando los sacrificios, preparóles no envidiable labor. Hecha la rogativa y esparcida la harina con sal, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; cortaron los muslos, cubriéronlos con doble capa de grasa y de carne cruda en pedacitos, y los quemaron con leña sin hojas; y atravesando las entrañas con los asadores, las pusieron al fuego. Quemados los muslos, probaron las entrañas; y descuartizando lo restante, lo cogieron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el festín, comieron y nadie careció de su respectiva porción. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, caballero gerenio, comenzó á decirles:
434 «¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! No nos entretengamos en hablar, ni difiramos por más tiempo la empresa que un dios pone en nuestras manos. ¡Ea! Los heraldos de los aqueos, de broncíneas lorigas, pregonen que el ejército se reuna cerca de los bajeles, y nosotros recorramos juntos el espacioso campamento para promover cuanto antes un vivo combate.»
441 Tales fueron sus palabras; y Agamenón, rey de hombres, no desobedeció. Al momento dispuso que los heraldos de voz sonora llamaran á la batalla á los aqueos de larga cabellera; hízose el pregón, y ellos se reunieron prontamente. El Atrida y los reyes, alumnos de Júpiter, hacían formar á los guerreros, y los acompañaba Minerva, la de los brillantes ojos, llevando la preciosa inmortal égida que no envejece y de la cual cuelgan cien áureos borlones, bien labrados y del valor de cien bueyes cada uno. Con ella en la mano, movíase la diosa entre los aqueos, instigábales á salir al campo y ponía fortaleza en sus corazones para que pelearan y combatieran sin descanso. Pronto les fué más agradable batallar, que volver á la patria tierra en las cóncavas naves.
455 Cual se columbra desde lejos el resplandor de un incendio, cuando el voraz fuego se propaga por vasta selva en la cumbre de un monte, así el brillo de las broncíneas armaduras de los que se ponían en marcha llegaba al cielo á través del éter.
459 De la suerte que las alígeras aves—gansos, grullas ó cisnes cuellilargos—se posan en numerosas bandadas y chillando en la pradera Asio, cerca del río Caístro, vuelan acá y allá ufanas de sus alas, y el campo resuena, de esta manera las numerosas huestes afluían de las naves y tiendas á la llanura escamandria y la tierra retumbaba horriblemente bajo los pies de los guerreros y de los caballos. Y los que en el florido prado del Escamandro llegaron á juntarse fueron innumerables; tantos, cuantas son las hojas y flores que en la primavera nacen.
469 Como enjambres copiosos de moscas que en la primaveral estación vuelan agrupadas por el establo del pastor, cuando la leche llena los tarros; en tan gran número reuniéronse en la llanura los aqueos de larga cabellera, deseosos de acabar con los teucros.
474 Poníanlos los caudillos en orden de batalla fácilmente, como los pastores separan las cabras de grandes rebaños cuando se mezclan en el pasto; y en medio aparecía el poderoso Agamenón, semejante en la cabeza y en los ojos á Júpiter, que se goza en lanzar rayos, en el cinturón á Marte y en el pecho á Neptuno. Como en la vacada el buey más excelente es el toro, que sobresale entre las vacas, de igual manera hizo Jove que Agamenón fuera aquel día insigne y eximio entre muchos héroes.
484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas lo presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan sólo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Á la muchedumbre no podría enumerarla ni nombrarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y corazón de bronce: sólo las Musas olímpicas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, podrían decir cuántos á Ilión fueron. Pero mencionaré los caudillos y las naves todas.
494 Mandaban á los beocios Penéleo, Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los que cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteono fragosa, Tespia, Grea y la vasta Micaleso; los que moraban en Harma, Ilesio y Eritras; los que residían en Eleón, Hila, Peteón, Ocalea, Medeón, ciudad bien construída, Copas, Eutresis y Tisba, en palomas abundante; los que habitaban en Coronea, Haliarto herbosa, Platea y Glisante; los que poseían la bien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra Onquesto, delicioso bosque de Neptuno; y las ciudades de Arna en uvas abundosa, Midea, Nisa divina y Antedón fronteriza: todos estos llegaron en cincuenta naves. En cada una se habían embarcado ciento veinte beocios.
511 De los que habitaban en Aspledón y Orcómeno Minieo eran caudillos Ascálafo y Yálmeno, hijos de Marte y de Astíoque, que los había dado á luz en el palacio de Áctor Azida. Astíoque, que era virgen ruborosa, subió al piso superior, y el terrible dios se unió con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
517 Mandaban á los focenses Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ifito Naubólida. Los de Cipariso, Pitón pedregosa, Crisa divina, Dáulide y Panopeo; los que habitan en Anemoría, Hiámpolis y la ribera del divino Cefiso; los que poseían la ciudad de Lilea en las fuentes del mencionado río: todos estos habían llegado en cuarenta negras naves. Los caudillos ordenaban entonces las filas de los focenses, que en las batallas combatían á la izquierda de los beocios.
527 Acaudillaba á los locrenses, que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfa, Augías amena, Tarfa y Tronio, á orillas del Boagrio, el ligero Ayax de Oileo, menor, mucho menor que Ayax Telamonio: era bajo de cuerpo, llevaba coraza de lino y en el manejo de la lanza superaba á todos los helenos y aqueos. Seguíanle cuarenta negras naves, en las cuales habían venido los locrenses que viven más allá de la sagrada Eubea.
536 Los abantes de Eubea, que residían en Calcis, Eretria, Histiea en uvas abundosa, Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa, Caristo y Estira, eran capitaneados por el magnánimo Elefenor Calcodontíada, vástago de Marte. Con tal caudillo llegaron los ligeros abantes, que dejaban crecer la cabellera en la parte posterior de la cabeza: eran belicosos y deseaban siempre romper con sus lanzas de fresno las corazas en los pechos de los enemigos. Seguíanle cuarenta negras naves.
546 Los que habitaban en la bien edificada ciudad de Atenas y constituían el pueblo del magnánimo Erecteo, á quien Minerva, hija de Júpiter, crió—habíale dado á luz la fértil tierra—y puso en su rico templo de Atenas, donde los jóvenes atenienses ofrecen todos los años sacrificios propiciatorios de toros y corderos á la diosa, tenían por jefe á Menesteo, hijo de Peteo. Ningún hombre de la tierra sabía como ése poner en orden de batalla, así á los que combatían en carros, como á los peones armados de escudos; sólo Néstor competía con él, porque era más anciano. Cincuenta negras naves le seguían.
557 Ayax había partido de Salamina con doce naves, que colocó cerca de las falanges atenienses.
559 Los habitantes de Argos, Tirinto amurallada, Hermíona y Ásina en profundo golfo situadas, Trecena, Eyonas y Epidauro en vides abundosa, y los jóvenes aqueos de Egina y Masete, eran acaudillados por Diomedes, valiente en la pelea; Esténelo, hijo del famoso Capaneo, y Euríalo, igual á un dios, que tenía por padre al rey Mecisteo Talayónida. Era jefe supremo Diomedes, valiente en la pelea. Ochenta negras naves les seguían.
569 Los que poseían la bien construída ciudad de Micenas, la opulenta Corinto y la bien edificada Cleonas; los que cultivaban la tierra en Ornías, Aretirea deleitosa y Sición, donde antiguamente reinó Adrasto; los que residían en Hiperesia y Gonoesa excelsa, y los que habitaban en Pelene, Egio, el Egíalo todo y la espaciosa Hélice: todos estos habían llegado en cien naves á las órdenes del rey Agamenón Atrida. Muchos y valientes varones condujo este príncipe que entonces vestía el luciente bronce, ufano de sobresalir entre los héroes por su valor y por mandar á mayor número de hombres.
581 Los de la honda y cavernosa Lacedemonia que residían en Faris, Esparta y Mesa, en palomas abundante; moraban en Brisías ó Augías amena; poseían las ciudades de Amiclas y Helos marítima, y habitaban en Laa y Etilo: todos estos llegaron en sesenta naves al mando del hermano de Agamenón, de Menelao, valiente en el combate, y se armaban formando unidad aparte. Menelao, impulsado por su propio ardor, los animaba á combatir y anhelaba en su corazón vengar la huída y los gemidos de Helena.
591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Arena deliciosa, Trío, vado del Alfeo, y la bien edificada Epi, y los que habitaban en Ciparisa, Anfigenia, Pteleo, Helos y Dorio (donde las Musas, saliéndole al camino á Tamiris el tracio, le privaron del canto cuando volvía de la casa de Eurito el ecaleo; pues jactóse de que saldría vencedor, aunque cantaran las propias Musas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, y ellas irritadas le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara), eran mandados por Néstor, caballero gerenio, y habían llegado en noventa cóncavas naves.
603 Los que habitaban en la Arcadia al pie del alto monte de Cilene y cerca de la tumba de Epitio, país de belicosos guerreros; los de Féneo, Orcómeno en ovejas abundante, Ripa, Estratia y Enispe ventosa; y los que poseían las ciudades de Tegea, Mantinea deliciosa, Estínfalo y Parrasia: todos estos llegaron al mando del rey Agapenor, hijo de Anceo, en sesenta naves. En cada una de éstas se embarcaron muchos arcadios ejercitados en la guerra. El mismo Agamenón les proporcionó las naves de muchos bancos, para que atravesaran el vinoso ponto; pues ellos no se cuidaban de las cosas del mar.
615 Los que habitaban en Buprasio y en el resto de la divina Élide, desde Hirmina y Mírsino la fronteriza por un lado y la roca Olenia y Alisio por el otro, tenían cuatro caudillos y cada uno de estos mandaba diez veleras naves tripuladas por muchos epeos. De dos divisiones eran respectivamente jefes Anfímaco y Talpio, hijo aquél de Ctéato y éste de Eurito y nietos de Áctor; de la tercera, el fuerte Diores Amarincida, y de la cuarta, el deiforme Polixeno, hijo del rey Agástenes Augeída.
625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, situadas al otro lado del mar frente á la Élide, eran mandados por Meges Filida, igual á Marte, á quien engendrara el jinete Fileo, caro á Júpiter, cuando por haberse enemistado con su padre emigró á Duliquio. Cuarenta negras naves le seguían.
631 Ulises acaudillaba á los magnánimos cefalenios. Los de Ítaca y su frondoso Nérito; los que cultivaban los campos de Crocilea y de la escarpada Egílipe; los que habitaban en Zacinto; los que vivían en Samos y sus alrededores; los que estaban en el continente y los que ocupaban la orilla opuesta: todos ellos obedecían á Ulises, igual á Júpiter en prudencia. Doce naves de rojas proas le seguían.
638 Toante, hijo de Andremón, regía á los etolos que habitaban en Pleurón, Óleno, Pilene, Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya no existían los hijos del magnánimo Eneo, ni éste; y muerto también el rubio Meleagro, diéronse á Toante todos los poderes para que reinara sobre los etolos. Cuarenta negras naves le seguían.
645 Mandaba á los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en Cnoso, Gortina amurallada, Licto, Mileto, blanca Licasto, Festo y Ritio, ciudades populosas, y los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades: todos eran gobernados por Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones, igual al homicida Marte, compartía el mando. Seguíanle ochenta negras naves.
653 Tlepólemo Heraclida, valiente y alto de cuerpo, condujo en nueve buques á los fieros rodios que vivían, divididos en tres pueblos, en Lindo, Yaliso y Camiro la blanca. De éstos era caudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, á quien Astioquía concibió del fornido Hércules cuando el héroe se la llevó de Éfira, de la ribera del Seleente, después de haber asolado muchas ciudades defendidas por nobles mancebos. Cuando Tlepólemo, criado en el magnífico palacio, hubo llegado á la juventud, mató al anciano tío materno de su padre, á Licimnio, vástago de Marte; y como los demás hijos y nietos del fuerte Hércules le amenazaran, construyó naves, reunió mucha gente y huyó por mar. Errante y sufriendo penalidades pudo llegar á Rodas, y allí se estableció con los suyos, que formaron tres tribus. Se hicieron querer de Júpiter, que reina sobre los dioses y los hombres, y el Saturnio les dió abundante riqueza.
671 Nireo condujo desde Sima tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y el rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron á Troya, si exceptuamos al eximio Pelida; pero era tímido y poca la gente que mandaba.
676 Los que habitaban en Nísiro, Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas, tenían por jefes á Fidipo y Ántifo, hijos del rey Tésalo Heraclida. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
681 Cuantos ocupaban el Argos pelásgico, los que vivían en Alo, Álope y Traquina y los que poseían la Ptía y la Hélade de lindas mujeres, y se llamaban mirmidones, helenos y aqueos, tenían por capitán á Aquiles y habían llegado en cincuenta naves. Mas éstos no se curaban entonces del combate horrísono, por no tener quien los llevara á la pelea: el divino Aquiles, el de los pies ligeros, no salía de las naves, enojado á causa de la joven Briseida, de hermosa cabellera, á la cual hiciera cautiva en Lirneso, cuando después de grandes fatigas destruyó esta ciudad y las murallas de Tebas, dando muerte á los belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Afligido por ello, se entregaba al ocio; pero pronto había de levantarse.
695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida, que es lugar consagrado á Ceres; Itón, criadora de ovejas; Antrón marítima y Pteleo herbosa, fueron acaudillados por el aguerrido Protesilao mientras vivió, pues ya entonces teníalo en su seno la negra tierra: matóle un dárdano cuando saltó de la nave mucho antes que los demás aqueos, y en Fílace quedaron su desolada esposa y la casa á medio acabar. Con todo, no carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos al que antes tuvieron, pues los ordenaba para el combate Podarces, vástago de Marte, hijo del opulento Ificles Filácida y hermano menor del animoso Protesilao. Éste era mayor y más valiente. Sus hombres, pues, no estaban sin caudillo; pero sentían añoranza por él, que tan esforzado había sido. Cuarenta negras naves le seguían.
711 Los que moraban en Feras situada á orillas del lago Bebeis, Beba, Gláfiras y Yaolco bien edificada, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo querido de Admeto y de Alcestes, divina entre las mujeres, que era la más hermosa de las hijas de Pelias.
716 Los que cultivaban los campos de Metona y Taumacia y los que poseían las ciudades de Melibea y Olizón fragosa, tuvieron por capitán á Filoctetes, hábil arquero, y llegaron en siete naves: en cada una de éstas se embarcaron cincuenta remeros muy expertos en combatir valerosamente con el arco. Mas Filoctetes se hallaba, padeciendo terribles dolores, en la divina isla de Lemnos, donde lo dejaron los aqueos cuando fué mordido por ponzoñoso reptil. Allí permanecía afligido; pero pronto en las naves habían de acordarse los argivos del rey Filoctetes. No carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos á su caudillo, pues los ordenaba para el combate Medonte, hijo bastardo de Oileo, asolador de ciudades, de quien lo tuvo Rena.
729 De los de Trica, Itoma de quebrado suelo, y Ecalia, ciudad de Eurito el ecaleo, eran capitanes dos hijos de Esculapio y excelentes médicos: Podalirio y Macaón. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
734 Los que poseían la ciudad de Ormenio, la fuente Hiperea, Asterio y las nevadas cimas del Títano, eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón. Cuarenta negras naves le seguían.
738 Á los de Argisa, Girtona, Orta, Elona y la blanca ciudad de Oloosón, los regía el intrépido Polipetes, hijo de Pirítoo y nieto de Júpiter inmortal (habíalo dado á luz la ínclita Hipodamia el mismo día en que Pirítoo, castigando á los hirsutos Centauros, los echó del Pelión y los obligó á retirarse hacia los etiquios). Con él compartía el mando Leonteo, vástago de Marte, hijo del animoso Corono Cenida. Cuarenta negras naves les seguían.
748 Guneo condujo desde Cifo en veintidós naves á los enienes é intrépidos perebos; aquéllos tenían su morada en la fría Dodona y éstos cultivaban los campos á orillas del hermoso Titaresio que vierte sus cristalinas aguas en el Peneo de argénteos vórtices; pero no se mezcla con él, sino que sobrenada como aceite, porque es un arroyo del agua de la Estigia que se invoca en los terribles juramentos.
756 Á los magnetes gobernábalos Protoo, hijo de Tentredón. Los que habitaban á orillas del Peneo y en el frondoso Pelión, tenían, pues, por jefe al ligero Protoo. Cuarenta negras naves le seguían.
760 Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Dime, Musa, cuál fué el mejor de los varones y cuáles los más excelentes caballos de cuantos con los Atridas llegaron. Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo: eran ligeras como aves, apeladas, y de la misma edad y altura; criólas Apolo, el del arco de plata, en Perea, y llevaban consigo el terror de Marte. De los guerreros el más valiente fué Ayax Telamonio mientras duró la cólera de Aquiles, pues éste le superaba mucho; y también eran los mejores caballos los que llevaban al eximio Pelida. Mas Aquiles permanecía entonces en las corvas naves que atraviesan el ponto, por estar irritado contra Agamenón Atrida, pastor de hombres; su gente se solazaba en la playa tirando discos, venablos ó flechas; los corceles comían loto y apio palustre cerca de los carros de los capitanes que permanecían enfundados en las tiendas, y los guerreros, echando de menos á su jefe, caro á Marte, discurrían por el campamento y no peleaban.
780 Ya los demás avanzaban á modo de incendio que se propagase por toda la comarca; y como la tierra gime cuando Júpiter, que se complace en lanzar rayos, airado, la azota en Arimos, donde dicen que está el lecho de Tifoeo; de igual manera gemía debajo de los que iban andando y atravesaban con ligero paso la llanura.
786 Dió á los teucros la triste noticia Iris, la de los pies ligeros como el viento, á quien Júpiter, que lleva la égida, enviara como mensajera. Todos ellos, jóvenes y viejos, se habían reunido en los pórticos del palacio de Príamo y deliberaban. Iris, la de los pies ligeros, se les presentó tomando la figura y voz de Polites, hijo de Príamo; el cual, confiando en su agilidad, se sentaba como atalaya de los teucros en la cima del túmulo del antiguo Esietes y observaba cuando los aqueos partían de las naves para combatir. Así transfigurada, dijo Iris, la de los pies ligeros:
796 «¡Oh anciano! Te placen los discursos interminables como cuando teníamos paz, y una obstinada guerra se ha promovido. Muchas batallas he presenciado, pero nunca vi un ejército tal y tan grande como el que viene á pelear contra la ciudad, formado por tantos hombres cuantas son las hojas ó las arenas. ¡Héctor! Te recomiendo encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada cual mande á aquellos de quienes es príncipe y acaudille á sus conciudadanos, después de ponerlos en orden de batalla.»
807 Así se expresó; y Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió la junta. Apresuráronse á tomar las armas, abriéronse todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.
811 Hay en la llanura, frente á la ciudad, una excelsa colina aislada de las demás y accesible por todas partes, á la cual los hombres llaman Batiea y los inmortales tumba de la ágil Mirina: allí fué donde los troyanos y sus auxiliares se pusieron en orden de batalla.
816 Á los troyanos mandábalos el gran Héctor Priámida, de tremolante casco. Con él se armaban las tropas más copiosas y valientes, que ardían en deseos de blandir las lanzas.
819 De los dardanios era caudillo Eneas, valiente hijo de Anquises de quien lo tuvo la divina Venus después que la diosa se unió con el mortal en un bosque del Ida. Con Eneas compartían el mando dos hijos de Antenor: Arquéloco y Acamante, diestros en toda suerte de pelea.
824 Los ricos teucros que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua del caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, á quien Apolo en persona diera el arco.
828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea, estaban á las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran hijos de Mérope percosio, el cual conocía como nadie el arte adivinatoria y no quería que sus hijos fuesen á la homicida guerra; pero ellos no le obedecieron, impelidos por el hado que á la negra muerte los arrastraba.
835 Los que moraban en Percote, á orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto, Abido y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de hombres, á quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, de la ribera del río Seleente.
840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los valerosos pelasgos que habitaban en la fértil Larisa. Mandábanlos él y Pileo, vástago de Marte, hijos del pelasgo Leto Teutámida.
844 Á los tracios, que viven á orillas del alborotado Helesponto, los regían Acamante y el héroe Píroo.
846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno de Júpiter, era el capitán de los beligeros cicones.
848 Pirecmes condujo los peonios, de corvos arcos, desde la lejana Amidón, de la ribera del anchuroso Axio, cuyas límpidas aguas se esparcen por la tierra.
851 Á los paflagones, procedentes del país de los énetos, donde se crían las mulas cerriles, los mandaba Pilémenes, de corazón varonil: aquéllos poseían la ciudad de Citoro, cultivaban los campos de Sésamo y habitaban magníficas casas á orillas del Partenio, en Cromna, Egíalo y los altos montes Eritinos.
856 Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo y procedían de lejos: de Álibe, donde hay yacimientos de plata.
858 Á los misios los regían Cromis y el augur Énomo, que no pudo librarse, á pesar de los agüeros, de la negra muerte; pues sucumbió á manos del Eácida, el de los pies ligeros, en el río donde éste mató también á otros teucros.
862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban á los frigios, que habían llegado de la remota Ascania y anhelaban entrar en batalla.
864 Á los meonios los gobernaban Mestles y Ántifo, hijos de Talémenes, á quienes dió á luz la laguna Gigea. Tales eran los jefes de los meonios, nacidos al pie del Tmolo.
867 Nastes estaba al frente de los carios de bárbaro lenguaje. Los que ocupaban la ciudad de Mileto, el frondoso Ptiro, las orillas del Meandro y las altas cumbres de Micale tenían por caudillos á Nastes y Anfímaco, preclaros hijos de Nomión; Nastes y Anfímaco, que iba al combate cubierto de oro como una doncella. ¡Insensato! No por ello se libró de la triste muerte, pues sucumbió en el río á manos del Eácida, del aguerrido Aquiles, el de los pies ligeros; y éste se apoderó del oro.
876 Sarpedón y el eximio Glauco mandaban á los que procedían de la remota Licia, de la ribera del voraginoso Janto.