Análisis
del canto V
El
contrapaso como recurso estilístico.
Paolo
e Francesca: Culpa y castigo.
Los
condenados de este sitio se entregaron a la lujuria en la vida terrena: es el
segundo círculo del infierno.
Comienza
con una breve aclaración inicial a cargo del personaje y con la presentación de
Minòs, quien cumple con la función de oír a los condenados y arrojarlos al
abismo.
Introducción.
Minòs cumpliendo su labor.
Dice el narrador:
Così discesi del
cerchio primaio
giu` nel secondo, che
men luogo cinghia,
e tanto più dolor, che
punge a guaio.
Stavvi Minòs
orribilmente, e ringhia:
esamina le colpe ne l'entrata;
giudica e manda,
secondo ch'avvinghia.
Dico che quando
l'anima mal nata
li vien dinanzi, tutta
si confessa;
e quel conoscitor de
le peccata
vede qual luego
d'inferno è da essa;
cignesi con la coda
tante volte
quantunque gradi vuol
che giù sia messa.
Sempre dinanzi a lui
ne stanno molte;
vanno a vicenda
ciascuna al giudizio;
dicono e odono, e poi
son giù volte[1]. (43).
Al
analizar esta primera parte, retomo lo dicho en el canto III en relación con la
presencia de los elementos paganos en la literatura dantista; esta conexión
temática entre la literatura del humanismo y la helénica me permite observar,
cómo los conceptos ya trabajados por Homero en sus dos grandes epopeyas,
reaparecen en el pensamiento del estilo dantista que representa el poeta
florentino. Al mismo tiempo resalto la intertextualidad con el canto VI de la Eneida
que, aunque los referentes conceptuales han sido modificados, continúan
presentes los elementos creados por Virgilio, a quien el narrador de Dante
sigue como fiel discípulo.
Ya
en el canto I comentado supra, Dante confiesa a Virgilio como su maestro
y le rinde un tributo muy especial. Tal hecho es completamente cierto porque el
florentino, si bien retomará los temas presentados por Virgilio, los
desarrollará de manera más extensa, les dará una estructura que en la Eneida
no aparecía y recreará todo un universo apoyándose prácticamente en el
canto VI de la obra virgiliana.
En
el canto III aparece la figura macabra de Carón que conduce a las almas de una
orilla a la otra del Aqueronte. Lo relativo a este río y sus afluentes y la
trascendencia que se le daba en la mitología griega fue explicado
anteriormente. En seguida comentaré el intertexto que el maestro florentino
toma de Virgilio, con el objetivo de señalar los límites entre la fuente y el
original dantista.
El intertexto
Para que me entiendan mejor, me permito
recordar sólo algunos de los leitmotiv virgilianos que aparecen en el
canto ya mencionado, los cuales Dante encara con un toque muy personal.
1.
En primer lugar, la Sibila de Cumas cumple en la Eneida
el papel que le tocará desempeñar a Virgilio en la Comedia. Lo guía
por el hades y le muestra el camino para llegar al encuentro de su padre
Anquises. El motivo poético de la Sibila asienta en la tradición griega y ésta
simboliza, en la Eneida, a la sabiduría necesaria para comprender y
explicar el misterioso reino escatológico, de aquellos que ya han dejado la
tierra. En la Comedia, Virgilio representa al conocimiento que orientará
al toscano por los complejos reinos de la muerte, los cuales se manifiestan en
su triple papel de: castigo, purificación y redención.
En ambas obras hay una filosofía, una
cosmogonía y una mitología.
La filosofía, en los dos poetas, posee una
condición ecléctica —reúne y concierta valores, doctrinas y tendencias de
sistemas diversos—. En Virgilio[2] (2018:
77-98), es el mito de Orfeo con su propia catábasis, el sistema pitagórico y el
aliento platónico. En Dante, prevalecen los aportes de Platón y Aristóteles,
seguidos por la interpretación de este último por Averroes, el tomismo escolástico, el mito de Beatriz, el simbolismo de la
voluntad como poder que mueve el mundo, y
la sabiduría de Salomón (2011: 207-234)[3]. Todo
ello, en un contexto ecléctico, en donde se retoma el esquema numérico
pitagórico, para dar ingreso a su concepción escatológica cabalística que comentaremos infra; mediante
estas interpretaciones se pretende
explicar el otro universo, el de la muerte y el dejar de ser. Veo a
Dante como un respetuoso discípulo histórico de Virgilio, permeado este
mecenazgo cultural por las enormes figuras de Pitágoras, Platón y Aristóteles
fundamentalmente.
La
cosmogonía de la Eneida asienta en el mito fundacional de Roma, en este
sentido la obra mencionada es la epopeya del destino. La Comedia
representa un recorrido por el mundo interior del ser humano: del pervertido
pecador del infierno, del arrepentido habitante momentáneo del purgatorio y del
individuo salvado gracias a la omnipotencia de Dios. Por ello, la obra cumbre
de Dante es considerada como la epopeya del hombre, en el más amplio sentido
del término, en esto radica su propia cosmogonía.
La
mitología se encuentra en Virgilio dada a través de las figuras del panteón
romano, que él rescata. Es una —valga la aparente redundancia— mitología
pagana. La de Dante es una mitología cristiana, en donde las pinturas de la
religión griega destacan.
2.
Carón —Charon en el original latino— será el barquero
encargado de trasladar a las almas. Pero su apariencia es desagradable. Dante
también le llama “Carón” y no Caronte como aparece en muchas traducciones de esta
comedia. Es el barquero que conduce la nave en el viaje postrero del hombre, de
acuerdo con la concepción dantista, lo cual representa, además, un desplazamiento
lleno de alternativas maravillosas, en donde el individuo humano, que
representa Eneas y Dante respectivamente, lucha por sobrevivir.
3.
El río Aqueronte que “vomita todas sus arenas en el
Cocito” (1987:108) es el locus terribilis, es decir, el lugar de la
muerte en donde el cronos está
representado por la eternidad, en la cual no existe forma de evaluar el
instante, a no ser por su carga de horrible sufrimiento.
4.
Los estanques del Cocito y la laguna Estigia representan
el fúnebre paisaje recreado por Dante también.
5.
Minos cumple un papel muy breve en el caso del mantuano;
en el toscano, el carácter y personalidad de este monstruo, está mucho más
desarrollado y su papel como juez infernal es estéticamente genial.
La contradanza vuelve a ser un elemento de
estilo importante. En la tierra fue un juez justo y ecuánime. En el infierno es
juez también, pero su única misión consiste en organizar los castigos. Además,
al obligar a los condenados a confesar sus faltas, los orilla a renovar el
dolor que tales errores le provocaron, como lo dirá Francesca en este mismo
canto.
6.
En el hades están reunidos culpables e inocentes. No
existe ni un purgatorio ni un paraíso.
Minos
En cuanto al tema que representa Minos, el
análisis nos obliga a diferenciar entre Minos, el personaje que cumple la
función de seudo juez en el presente canto del infierno; y Minos, el personaje
de la mitología griega que fuera colocado en el hades como juez infernal
también, junto a Eaco y Radamanto.
En
relación con el segundo de los nombrados, dejamos constancia que las leyendas
cretenses —entre éstas se encuentra la de Minos—, pasaron muy pronto al
Continente y formaron la base de la mitología helénica, aunque padeciendo
ciertas transformaciones. En su gran mayoría estas leyendas cristalizaron en
torno a la figura del poderoso rey Minos.[4]
Por
su parte, Minos se casó con Pasifae y tuvo con ella varios hijos. En cierta
ocasión, el rey de los mares, Poseidón, irritado contra Minos, infligió a éste
el terrible castigo de ver cómo su esposa concebía una monstruosa pasión por un
toro, al que se unió, y de cuya unión nació el Minotauro.
Ahora
bien, a raíz del asesinato de su hijo Androgeo por los atenienses, Minos asedió
Atenas. Con anterioridad había puesto sitio a Mégara y vencido al rey Niso
gracias a la traición de Escila, hija del rey, la cual, impulsada por su amor a
Minos, arrancó de la cabeza de su padre un cabello de oro, del que dependía la
salvación de la ciudad. Aunque beneficiándose de la traición, Minos castigó a
la traidora sumergiéndola en el mar Sarónico. Más tarde, los dioses
metamorfosearon en alondra a la exaltada amante.
Con
Atenas, Minos tuvo menos suerte. Como la guerra amenazaba eternizarse, imploró
la ayuda de Zeus, y éste azotó la ciudad con una epidemia. Para verse libres de
tal calamidad, los atenienses estuvieron de acuerdo con enviar anualmente a Minos
el oneroso tributo de siete jóvenes y siete doncellas, destinados a ser pasto
del Minotauro. Fue Teseo quien liberó a esta ciudad de la odiosa servidumbre.
El
Minotauro, que se alimentaba exclusivamente de carne humana, fue encerrado por Minos
en el Laberinto, infranqueable palacio construido por el ingenioso Dédalo.[5] (Guirand, 1965:
265-266)
Hasta
aquí el Minos de la mitología griega.
El
personaje presentado por Dante se inspira naturalmente en el helénico, aunque
es necesario plantear diferencias.
Ambos
tienen en común el hecho de ser jueces, pero el Minos dantesco reúne tan sólo
la fachada de autoridad que representara su homónimo griego. Si este último
constituyó en Creta un ejemplo de la impartición de justicia, el que aparece en
el canto V del infierno, es tan sólo una pavorosa caricatura de aquél, puesto
que escucha a los condenados sólo para castigarlos, y no cabe la más mínima
posibilidad de reconsiderar las situaciones que oye.
En
la horrible perspectiva del infierno, los condenados que se forman para ser
escuchados por Minos, sólo lo hacen para aumentar un poco más su sufrimiento,
merced a la espantosa espera; además, cumplen con el papel de repetir los
errores cometidos en la tierra, para saber qué círculo les corresponde ocupar
por toda una eternidad. Insisto en señalar que Minos no puede absolver a nadie.
Sólo reconoce a los pecadores por una suerte de alquimia del destino, que le
permite hurgar en el pasado de cada uno de ellos, para señalarles el sitio que
les corresponde ocupar, mediante los movimientos de la cola. La situación se
plantea en el marco de una enajenada acción febril, tanto sea por parte del
monstruo infernal, como por parte de los que allí llegan a escuchar su
sentencia. Controvertida misión la que el destino le ha encargado al esposo de
Pasifae; si hurgamos en el futuro mediante una prolepsis alucinante, podremos
ver a Minòs, cuando ya no haya hombres para castigar, de qué manera continuará
escuchando pecados inexistentes, enrollándose su cola una y mil veces en un
acto de impensable locura y atroz realización. La tierra podrá deshacerse, pero
los reinos de ultratumba seguirán por toda una eternidad; pero es una
perpetuidad inimaginable que nuestra pobre mente humana no puede abarcar; sólo
Dios y los dioses lo saben. En este sitio no puede haber perdón, a pesar del
simulacro de confesión con que me encuentro de pronto. Las almas se
arrepentirán tardíamente; pero así es el hombre al que alguna vez
pertenecieron: si volviera a nacer repetiría las mismas acciones, cual nuevo
Sísifo retornaría —empecinadamente— tras la pesada roca fatal. Al mismo tiempo,
Minos está lleno de una comprensible furia. Él representa el peso del destino
que se yergue implacable sobre el desamparado infractor.
Complementariamente,
no hay que olvidar que existe también, una directa relación entre el lugar en
el cual se encuentran los demonios infernales y los hechos que les tocaron
vivir; creemos que en Minos esta situación se hace más evidente y que él estuvo
cerca de acontecimientos relacionados con la lujuria; sin ir más lejos,
recordemos el odioso pecado de Pasifae y la inhumana actitud del rey para con
el hijo, mitad toro y mitad hombre, a quien condenó a vivir en un laberinto
para no ver así el resultado de los excesos de la reina.
Minos advierte a Dante
y Virgilio responde con la autoridad que le
otorga el destino
O tu, che vieni al
doloroso ospicio,
disse Minòs a me,
quando mi vide,
lasciando l'atto di
cotanto offizio,
guarda com’ entri, e
di cui tu te fide:
non t’ inganni l’
ampiezza dell’ entrare!”
E il duca mio a lui:
Perchè pur gride?.
Non impedir lo suo
fatale andare:
vuolsi così cola dove
si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare” [6]. (43).
La
actitud de Minos hacia el viajero infernal es semejante a la adoptada por Carón
en el canto III. La intervención de Virgilio pone nuevamente las cosas en su
lugar. Al igual que en el estilo de los cantares de gesta medievales, la serie
de Carón y la de Minos son series gemelas, que enriquecen el estilo mediante la
repetición que conduce a una misma conclusión.
A
su vez, la voz de Minos se deja oír sólo para advertir a Dante, insinuando
implícitamente, que la compañía de Virgilio no es la más adecuada. El infierno
es el reino de la mentira y la simulación, por ello, el hecho de ser guiado por
un condenado de este reino es más que suficiente para sospechar. En sus
palabras emerge un intertexto implícito, que me hace sonreír irónicamente al
oír al horrible monstruo, citando un pasaje del evangelio bíblico, cuando
sugiere que, si bien la entrada a este reino es ancha, no será tan sencillo
salir de aquí[7].
El narrador permite que interactúen dos tradiciones opuestas, como lo son la
griega clásica y la también clásica obra de los hebreos.
La cábala dantista
En relación con los números cabalísticos de
la Comedia, me permito recordar cuáles son y qué papel desempeñan. El
número 3 y el 9 representan a los más
conocidos, porque se sabe que la disposición de la Comedia es ternaria.
Al respecto les recuerdo lo siguiente: El verso utilizado es el terceto, se
trata de tres reinos de ultratumba; además, cada una de estas divisiones
llamadas cantigas, están compuestas por 33 cantos, con la excepción del infierno
que tiene 34, puesto que debemos incluir el canto introductor a toda la obra,
como ya quedó explicado. El total de cantos es de 100, este número se obtiene
de sumar 33+33+33= 99, más la unidad (1) que actualiza la imagen del Dios
todopoderoso y que da como resultado final 100, el número perfecto por incluir
las cifras ternarias ya expuestas. Complementariamente, el 9 es la cifra
asociada a Beatriz en La vita nuova.
El 7 y el 22.
Siete son las divisiones del purgatorio y
siete son también los pecados capitales. El 22 está ligado al 7 por la relación
22/7= p, que es la expresión aproximada de la relación entre la circunferencia
y el diámetro; de manera que el conjunto de estos dos números representa el
círculo, que para Dante y los pitagóricos es la figura perfecta: todas las
divisiones de cada uno de los tres mundos tienen una forma circular.
Considérense los nueve círculos del infierno que descienden desde la selva
oscura hasta Lucifer; las 7 terrazas concéntricas del purgatorio que ascienden
desde la falda del monte, en donde encuentra a Catón de Útica, hasta el paraíso
terrestre y los 9 cielos del paraíso, desde el cielo de la luna hasta llegar a
contemplar el inefable arcano de la trinidad.
Por último, el 515 y el 666, los cuales se
alternan de modo irregular, al mismo tiempo que se oponen el uno al otro en el
simbolismo de Dante. El 666 en el “Apocalipsis” es el número de la bestia, el
515 es la antítesis de éste. 666 es Lucifer y 515 es el poder divino, que simboliza
la antítesis del aspecto aterrador que representa Lucifer con sus tres rostros,
en los cuales se martiriza a los condenados por antonomasia del Infierno:
Judas, Casio y Bruto. Ellos son la imagen del mayor mal que pueda concebirse,
sus víctimas son el 515, es decir, lo positivo, lo destacable: Jesús y Julio
César. Me sigue pareciendo irreverente poner junto a la figura del Mesías del
Nuevo testamento al caudillo romano. Pero Dante no lo piensa de este modo y,
por ello, es válido subrayarlo de tal manera (Cfr. Guenon, René (2016),
en https://www.thunumerology.com/el-simbolismo-de-los-numeros-en-la-divina-comedia-de-dante/). Consultado el 29 de septiembre de 2022.
El horroroso espectáculo de los condenados
Los estorninos, las grullas
El aporte de ficción y horrenda fantasía
que conlleva la poética dantista es considerable; ha elegido los castigos de
acuerdo con la condición del castigado, acorde con una gradación decadente, a
medida que se avanza de círculo en círculo el horror resulta manifiesto de un
modo plásticamente notable. Las sensaciones auditivas destacan: “dolenti note”
y “molto pianto mi percuote”.
Esas
notas dolientes y el intenso llanto golpean los oídos y el alma del viajero. No
puedo negar que hay una manifiesta solidaridad del florentino hacia aquellos a
quienes visita, en horripilante recorrido. En algunos de estos condenados se ve
reflejado el poeta; en otros, sólo la natural piedad humana y la afligida
misericordia, lo conducen a un pensamiento lleno de nostalgia y angustia
comprensiva.
Ora incomincian le
dolenti note
a farmisi sentire; or
son venuto
là dove molto pianto
mi percuote.
Io venni in luogo
d'ogni luce muto,
che mugghia come fa
mar per tempesta,
se da contrari venti è
combattuto.
La bufera infernal, che
mai non resta,
mena li spirti con la
sua rapina;
voltando e percotendo
li molesta.
Quando giungon davanti
a la ruina,
quivi le strida, il
compianto, il lamento;
bestemmian quivi la
virtù divina.
Intesi ch'a così fatto
tormento
enno dannati i
peccator carnali,
che la ragion
sommettono al talento.
E come li stornei ne
portan l'ali,
nel freddo tempo, a
schiera larga e piena,
così quel fiato li
spiriti mali:
di qua, di là, di giù,
di sù li mena;
nulla speranza li
conforta mai,
non che di posa, ma di
minor pena.
E come i gru van
cantando lor lai,
faccendo in aere di sé
lunga riga,
così vidi venir,
traendo guai,
ombre portate da la
detta briga;[8] (43-44).
Complementariamente
con lo ya dicho, no sé si Dante sabría lo suficiente sobre estorninos y
grullas, pero su presencia para dibujar los dos grandiosos símiles es acertada.
Los estorninos, por ejemplo, vuelan en bandadas como los dibuja el narrador y
lo hacen de este modo, para distraer a los depredadores. He aquí la ironía que
conlleva esta comparación: las almas de los lujuriosos no pueden evadir al
viento furioso que los arrastra y golpea contra la muralla. Además, los
estorninos tienen una característica curiosa: son capaces de imitar los sonidos
de su entorno. Por ello, la impresión sensorial que prevalece es la visual:
compactas bandadas; la auditiva se sugiere implícitamente, porque son capaces
de llevar a cabo el acto ecoico ya señalado. Los condenados dejan escapar
alaridos y gritos de dolor, si bien no imitan de manera reconocible algún
sonido, igual reproducen el sufrimiento, derivado de las acciones que en la
vida los llevaron a cometer los errores por los cuales son martirizados. Se
trata de los pecadores carnales, que sometieron la razón a sus capacidades para
evitar el atractivo de la carne —el original dice: “che la ragion sommettono il
talento”—; que no pudieron evitar el atractivo de dos cuerpos excitados que
convocaban al placer. Recuerdo las palabras de un lejano maestro freudiano de Psicología, quien decía que, si no
tuviéramos la capacidad de razonar y controlarnos, arremeteríamos contra el
otro sexo como animales en celo. Las figuras dantescas no pudieron hacerlo, por
ello, deben pagar el precio horrendo que el infierno les reclama. El símil de
los estorninos dice así: “E come li stornei ne portan l'ali,//
nel freddo tempo, a schiera larga e piena,”
Son, además, aves migratorias; los pervertidos habitantes de este lugar no
tienen la opción de trasladarse a otro espacio; sólo vuelan obligados por la
implacable corriente de aire que los martiriza, constreñidos en el escaso sitio
del segundo círculo. De este modo, el recurso multicitado del contrapaso cumple
un papel relevante en el símil.
Al
mismo tiempo, la musicalidad del verso dantista aparece reflejada con una
genialidad notable cuando dice: “così quel fiato li spiriti mali: // di qua, di
là, di giù, di sù li mena;” Los espíritus son llevados “arriba, abajo, acá y
allá”. Observen el movimiento discursivo particularmente lúdico, en donde
resaltan lo visual y la ausencia de quietud. A su vez, los deícticos: “di qua, di
là”, trasmiten la noción de lo no dicho, pero sugerido.
En
el caso de las grullas, que a diferencia de los estorninos son bastante
grandes, ellas dejan escapar sonidos bellamente musicales y entrecortados, en
una sucesión sonora que no parece armonizar con los desgarradores aullidos que
pueden oírse en este círculo: “E come i gru van cantando lor lai, //faccendo in
aere di sé lunga riga”,
En
este caso, las impresiones sensoriales auditivas son las dominantes, sin dejar
de lado la visual que ocupa un lugar importante. Es el arte de dibujar la
naturaleza por parte del narrador para enmarcar el contraste entre lo vivo en
la tierra y lo muerto en el infierno.
Puedo ver la tromba infernal que arrastra a los miserables que allí se hallan, y la
consecuente presentación de los condenados por el pecado de lujuria. En este
caso, y como ya lo había hecho antes, el narrador respeta la relación que lo
conduce de lo general a lo particular: primero se dice que los torturados van
en grupos y así son maltratados por la horrible tromba; inmediatamente da
nombres de personajes famosos de la historia que son torturados en ese sitio.
Además,
se marca las características del castigo impuesto a los lujuriosos que son
arrastrados por una tromba infernal y golpeados contra una muralla. Se cumple
nuevamente la ley del contrapaso, porque los que en vida se dejaron llevar por
la tromba figurada de la pasión y les resultó placentero, en la muerte son
arrastrados contra su voluntad por otro huracán que los castiga duramente.
Pecadores rescatados
del ayer:
Per ch'i' dissi:
“Maestro, chi son quelle,
genti che l’ aura nera
sì gastiga?”
“La prima di color di
cui novelle
tu vuo’ saper”, mi
disse quelli allotta,
“fu imperadrice di
molte favelle.
A vizio di lussuria fu
sì rotta,
che libito fe’ licito
in sua legge
per torre il biasmo in
che era condotta.
Ell’ è Semiramìs, di
cui si legge
che succedette a Nino
e fu sua sposa;
tenne la terra che ‘l
Soldan corregge.
L’ altra è colei che
s’ ancise amorosa,
e ruppe fede al cener
di Sicheo;
poi è Cleopatràs
lussurïosa.
Elena vedi, per cui
tanto reo
tempo si volse, e vedi
il grande Achille
que con Amore al fine
combatteo.
Vedi Parìs, Tristano”;
e più di mille
ombre mostrommi e
nominommi, a dito,
ch'amor di nostra vita
dipartille.
Poscia ch'io ebbi il
mio dottore udito
nomar le donne antiche
e' cavalieri,
pietà mi giunse, e fui
quasi smarrito[9]. (44-45).
Los condenados que aquí se mencionan son: Semíramis,
Dido, Cleopatra, Elena, Aquiles, Paris y Tristán. Nos llama la atención
observar a Dido en este círculo, porque su lujuria, mejor llamarle su amor, fue
motivada por el ansia de gloria de Eneas, ella no hizo más que caer prisionera
de su discurso.
La elección de estos personajes de la
historia mítica creo que no es casual, sólo obedece a ciertos prejuicios del
autor. Pretende hacernos creer que todos ellos tienen en común el pecado
carnal, pero más allá de eso olvida que ellos poseen innegables virtudes que el
narrador pasa por alto: Semíramis gobernó durante muchos años en su tierra
natal, lo hizo con una capacidad inigualable para su condición de débil mujer;
y aclaro que esto sucedía de acuerdo con la época en donde era impensable que
una fémina pudiera llegar a ostentar el poder. Igual que Cleopatra, quien
ejerció el mencionado poder con sabiduría e inteligencia; cuando no podía
resolver por sí sola los asuntos de estado, era capaz de seducir, con su
presencia y sus modales, al hombre que habría de apoyarla: son famosos los
casos de los jerarcas romanos Julio César y Marco Antonio. Si el sexo le servía
para alcanzar estos fines estaba, pienso, bien utilizado, aunque Dante la
censura de un modo radical y terminante. Dido fue también una mujer que ostentó
el poder y que perdió su equilibrio y estabilidad a partir de la llegada de
Eneas. La última de las féminas nombradas es Elena, la Elena de la legendaria
Esparta y que, según algunos juicios machistas, fue la causa de la perdición de
Troya. No quiero dejar de comentar los prejuicios que existían en la edad media
en torno a la mujer; en nada ayudaba —si de este modo se puede decir— la
actitud de la iglesia romana que desde sus orígenes fue misógina. Para la
iglesia, la fémina era un ente sucio y despreciable; sólo se olvidaban estos
prejuicios, cuando algunos o muchos de sus miembros, participaban en orgías
verdaderamente escandalosas; si es que hay alguna orgía que no lo sea. Dante no
podía —creo que no tiene la culpa de ello— escapar a esta idea preconcebida de
mujer, que predominaba en el período “oscuro” de la historia, como dirían
después los renacentistas, en quienes todos sus juicios estaban permeados de
subjetividad.
Deja
para el último lugar a los hombres: Aquiles, Paris y Tristán. En lo que tiene que ver con Aquiles se insinúa
algo que ya era vox populis en el
ambiente helénico: su amor por Patroclo. El
narrador dice: “Tempo si volse, e vidi il grande Achille, / Che con amore al
fine combatteo”[10]
(44). Me permito disentir con
la opinión generalizada de algunos críticos de la Comedia quienes
defienden la tesis de que Aquiles peleó por Polixena, troyana de quien se
enamorara perdidamente y que fuera inmolada a Aquiles después de haber muerto
éste. Me parece que es ir demasiado lejos en la interpretación de algo que está
tan cerca. Según la Ilíada, Patroclo era el amigo de Aquiles y cuando
éste se niega a combatir, Patroclo le suplica que le permita pelear a él en su
lugar. Accede y le entrega sus armas. Éste es el primer acto de amor, porque
las armas eran sólo para quienes habían sido confeccionadas; Hefestos, el dios
de la fragua, las había hecho especialmente para Aquiles. En segundo lugar,
sólo la muerte de Patroclo lo obliga a regresar. Llora sobre su cadáver y sus
compañeros se ven obligados a detenerlo, cuando quiere salir al combate sin
armas para vengar con furia la muerte del ser más querido para él. Los gritos
de venganza del pelida dirigidos hacia los troyanos, son gritos de amor
desgarrado. Cuando mata a Héctor, el principal aliciente es el recuerdo vivo de
Patroclo. No olvidemos que la relación entre hombres en el contexto griego era
aceptada sin prejuicio alguno, porque consideraban que la unión sexual con un
ser del mismo sexo los hacía más poderosos, no así la relación con una mujer
que les disminuía su fortaleza.
Se halla también en ese sitio Paris, el seductor que
trajo la ruina sobre Troya; otro perjuro sexual: Tristán, quien sedujo a Isolda
traicionando a su tío Marco. Estas sombras recuerdan, con su escurridiza
figura, lo que fueron en la vida terrena. El narrador asocia con el sexo a la
traición, a la ninfomanía —Semíramis— a la seducción —Cleopatra y Paris— y a la
homosexualidad consensuada de la cultura griega clásica como el caso ya
comentada.
Dante desea hablar con
las almas que vuelan juntas
Hay también miles de
espíritus que no se mencionan y que permanecen en un anonimato naturalmente
explicable. En seguida, la atención del personaje se fija en dos almas y desea
platicar con ellas. Llego así al momento más importante de este canto y también
de toda la Comedia, como lo sostiene De Sanctis citando a Michelle
Scherillo: “Para muchos la Divina Comedia no es sino dos nombres:
Francesca da Rímini y el conde Ugolino” (1945: 109-110, 280).
El narrador expresa un deseo que ha surgido de la
observación de la multitud de espíritus; de todos ellos ha escogido a dos que
vuelan juntos, o mejor, que unidos son arrastrados por el huracán impetuoso. Dice
al respecto:
Io cominciai: “Poeta,
volontieri
parlerei a quei due
che ‘nsieme vanno,
o paion sì al vento
esser leggieri”. (45).
En un marco de la confusión que invade todo aquel
espacio, en medio de la multitud de almas que luchan por no sufrir, en medio
del remolino del tormento, hay dos almas que parecen no responder a la
muchedumbre colectiva, se han apartado y vuelan unidos. Este hecho me dice que
la fuerza del amor es superior a ese maldito infierno. Pero no debemos
confundirnos, como le sucede a Virgilio quien, ante el requerimiento del
protagonista, le aconseja: “Vedrai
quando saranno // più presso a noi; e tu allor li prega//
per quello amor che i
mena, ed ei verranno”. Pero bien, Virgilio no es un personaje
independiente, él dice lo que Dante, el autor le permite sostener. Por lo
tanto, me siento tentado a pensar que el narrador —con deliberación y ventaja—
hace caer al mantuano en un error. El infierno es el reino del odio que marca a
todos y a cada uno de los personajes que luchan por morir nuevamente, aunque
esto sea imposible. Por lo tanto, en este averno dantesco no hay amor;
Francesca y Paolo están unidos tan sólo por una nostalgia de la pasión que los
mancomunara en la tierra; si siguen juntos es parte del castigo al que Dios los
somete; mejor dicho, al que el propio Dante los ha destinado.
El
protagonista le habla a ambos espíritus:
Sì tosto come il vento
a noi li piega,
mossi la voce: “O
anime affannate,
venite a noi parlar,
s’ altri nol niega!. (45).
Veo
que el personaje no ha hecho caso de la recomendación del mantuano; no les
habla en nombre del amor, porque si lo hubiera hecho se habría asemejado a una
ironía feroz, que las palabras de Francesca confirmarán infra. Se dirige
a ellos con afectuosos vocablos, es decir les habla con amor y no en nombre del
amor. Dante, ser vivo, es portador del amor y se los ofrece como un acto de fe
depositado en la sufriente coprotagonista.
Y
llego así al símil tercero de este canto; antes habían sido los estorninos y
las grullas, ahora toca el turno a las palomas; a las tiernas palomas que en
ciertos pasajes de la cosmovisión griega se las consideró como animalillos
sensuales y muy apegados a su pareja. Dante sigue fiel a sí mismo, porque antes
había aludido a Semíramis y el nombre de esta reina significa etimológicamente
“paloma”. Vaya coincidencia, si de este modo le puedo llamar a la capacidad
creadora del florentino. Dice el poeta:
Quali colombe dal
disio chiamate
con l'ali alzate e
ferme, al dolce nido
vegnon per l'aere dal
voler portate;
cotali uscir de la
schiera ov'è Dido,
a noi venendo per
l'aere maligno:
sì forte fu
l'affettuoso grido[11]. (45).
Menciona
por primera vez el nombre propio de Dido; versos antes se había referido a ella
mediante un eufemismo, es decir, un juego retórico que disfrazaba el verdadero
referente de la persona aludida. Había dicho: “La otra es aquella que se mató
por amor”. En un auténtico diálogo con su lector, ahora complementa lo que
anteriormente se había mencionado de forma indirecta, y da el pertinente
exacto. He aquí un modo de narrar en el
cual el diálogo con su lector está siempre presente.
Si
regreso al símil, éste termina con un auto reconocimiento, por parte del
narrador, en el que subraya que las almas habían respondido a su afectuoso
llamado, dando fundamento a mi interpretación expresada supra.
Paolo e Francesca
El último momento está
dado por el encuentro con Paolo y Francesca, el cual llena el corazón del poeta
florentino de sufrimientos contradictorios. Digo esto último, porque la
compasión es poco frecuente en este viajero del más allá. Cuando consigue que los
dos condenados se acerquen a él, habla sólo
Francesca mientras Paolo calla y llora —nueva expresión del contrapaso—,
porque quien habló en la tierra declarando su amor, en el infierno debe callar,
mientras escucha, en boca de su antigua amante, el relato de sus miserias:
“O animal grazioso e
benigno,
che visitando vai per
l’ aere perso
noi che tignemmo il
mondo de sanguigno,
se fosse amico il re
de l’ universo,
noi pregheremmo lui de
la tua pace,
poi ch’ hai pietà del
nostro mal perverso.
Di quel che udire e
che parlar vi piace,
Noi udiremo e
parleremo a vui,
mentre che il vento,
come fa, ci tace[12]. (45).
Comienza
este espíritu sufriente con una invocación dirigida al florentino, mediante la
cual le llama: “O animal grazioso e benigno”. La expresión “animal” —ánima— se
refiere a quien tiene alma que lo mantiene vivo. Le llama además “grazioso”, es
decir que la gracia de Dios está con él, por último, lo tilda de “benigno”, que
es el elogio principal que se le puede ofrendar a alguien si estamos convencidos
de ello. Están pensando y yo también, que es un autoelogio; pero a la luz de la
poética dantista no hay que olvidar que, según lo consignado en el canto I, el
personaje ha sido elegido para llevar a cabo este desplazamiento de la tierra
al cielo. Por ello y a pesar de lo vanidoso que pueda parecer, el narrador debe
seguir fiel a lo expresado anteriormente. Insisto en que ésta es la epopeya del
hombre y Dante es ese hombre que ha decidido auto premiarse con el mayor don
que cristiano alguno pueda alcanzar; él es el héroe de esta epopeya cristiana.
Para
definir mejor a la joven Da Rímini veamos un juicio estético proporcionado por
De Sanctis: “Francesca es mujer y nada más que mujer; es una acabada persona
poética, de una claridad homérica. Ciertamente ella es ideal, más no es el
ideal de alguna otra cosa, es el ideal de sí misma, es el ideal completamente
realizado, con una riqueza de determinaciones que le confieren toda la
semblanza de un individuo (1945: 118)”.
Francesca
es una mujer tierna que la muerte no ha podido aniquilar. El narrador
autodiegético la quiere viva, tan viva como lo estaba en la tierra para poder
dialogar con ella, con su espíritu abierto a la comprensión. El viento se ha
detenido para que puedan hablar. Este minuto de sosiego es valorado por la
mujer oriunda de la tierra bañada por el Po. Por eso le dice a su
circunstancial amigo que si fuera aceptada por Dios —el rey del universo le
llama mediante otro eufemismo— “le rogaríamos por tu paz”. Bello momento en el
cual la pecadora que ha perdido contacto con su Dios y que vive su muerte sin
la paz, estaría dispuesta a suplicarle a la suprema potestad por la paz de
Dante. La paz es el mayor don que todo hombre desea poseer. Éste ha de ser el
regalo de Francesca quien hablará y le dirá todo lo que el florentino quiere
saber, mientras el aire negro siga en calma.
En la primera parte
del discurso de Francesca le dice:
Siede la terra, dove
nata fui,
Su la marina dove ‘l
Po discende
per aver pace co’
seguaci sui.
Amor, ch’ al cor
gentil ratto s’ apprende,
presse costui de la
bella persona
che mi fu tolta; e ‘ l
modo ancor m’ offende.
Amor, ch’ a nullo
amato amar perdona,
mi presse del costui
piacer sì forte,
che, come vedi, ancor
non m’ abbandona.
Amor condusse noi ad
una norte:
Caina attende chi vita
ci spense”.
Queste parole da lor
ci fur porte.
Quand'io intesi
quell'anime offense,
chinai ' il viso, e
tanto il tenni basso,
fin che 'l poeta mi
disse: “Che pense?”.
Quando rispuosi,
cominciai: “Oh lasso,
quanti dolci pensier, quanto
disio
menò costoro al
doloroso passo!”
Poi mi rivolsi a loro
e parla' io,
e cominciai:
“Francesca , i tuoi martiri
a lacrimar mi fanno
tristo e pio.
Ma dimmi: al tempo de’
dolci sospiri,
a che e come
concedette amore
che conosceste i
dubbiossi disiri?”
E quella a me: “Nessum
maggior dolore
che ricordarsi del
tempo felice
ne la miseria; e ciò
sa ‘l tuo dottore.
Ma s’a conoscer la
prima radice
del nostro amor tu hai
cottanto affetto,
farò come colui che
piance e dice. [13] (45-46)
Las palabras de esta mujer se oyen en el
interminable espacio del infierno, como un desesperado intento por cambiar
aquello que ya no tiene solución alguna.
El paisaje de la tierra es recordado, por quien
fuera una hermosa Donna, con una clara nostalgia. Ese descenso de las aguas del
Po le rememoran su niñez, su adolescencia y su juventud, cuando pensó que la
vida le depararía una suerte diferente a la que ha tocado enfrentar.
Francisca culpa
al Amor de sus desgracias, amor que se presenta en tres momentos:
“Amor, ch’al cor gentil ratto sa’ apprende,
prese costui della bella persona
che mi fu tolta; e ‘l modo ancor m’ offende”[14] (46).
En esta primera instancia, Paolo es el seductor que
se acerca a la joven para convencerla de que la pasión que ya los une, no
los puede separar nunca. El Amor está personificado como una fuerza fatal, de
la cual es imposible deshacerse. Ese Amor llevó a Paolo a los brazos de
Francesca, a pesar de que la situación social y familiar se los impedía, ellos
pasan por alto tal circunstancia y permiten que la lujuria prevalezca sobre la
razón.
Marcamos un dato estilístico: “costui della
bella persona”; la reiteración de los términos marcados por
“negritas”, no sólo transmite cierta musicalidad siniestra, por la utilización
de vocales fuertes, sino que también ofrece una suerte de insinuada anadiplosis
en donde —lo digo en español”—: “de ella es la bella persona”. La joven Da Rímini
añora su cuerpo, al cual recuerda de un modo particular, por su hermosura;
todavía no puede concebir que haya sido destrozado por el arma asesina. Clama,
aunque tardíamente, por la justicia, esta misma justicia humana sólo vio en
ella a la infractora que manchó el lecho conyugal y perdonó —hecho que Dante no
comparte — al infractor.
“Amor, ch’ a nullo amato amar perdona,
mi presse del costui piacer sì forte
che, come vedi, ancor non m’ abbandona.”[15] (46).
Las palabras del narrador parecen negar el libre
albedrío de los corazones, permite en tanto, esa respuesta obligada que ella le
da, aceptando ese mismo amor; se vio forzada a querer con pasión a quien ahora
le profesaba tal afecto. Es ese fatalismo del amor lo que domina. En el
enamoramiento cortesano, una de las reglas explícitas señala que nadie puede
dar la espalda a quien le expresa su pasión. Esto no quiere decir que los
abandonados por la suerte, los irremediablemente feos y poco o nada
carismáticos podrán, siempre que así lo quieran, acceder al corazón de aquella
de quien se han enamorado; todo lo contrario, Dante profesaba la noción de las
llamadas “almas gemelas”, es decir, que cada uno de los seres humanos han
nacido predestinados a otro que es su imprescindible complemento; la gran tarea
consiste en encontrarlo antes que nuevos proyectos se interpongan. En este
sentido, Francesca no había nacido para Lanciotto, sino para Paolo y, por ello,
cuando descubre que es así, no tiene otra opción —el fatal destino no se lo
permite—, que entregarse a quien había llegado inesperadamente a su existencia
con el cálido mensaje de pasión y deseo. En la biografía de Alighieri, la
presencia de Beatriz, confirma lo relacionado con las almas que han nacido para
estar siempre juntas, aunque sea, como en este caso, unidos únicamente por la efusión
platónica.
Es importante señalar la maestría del último verso
en el decir dantista: “Que, como ves, no me abandona nunca”. En el pasado
terrenal, aunque las circunstancias no lo permitían, buscaban con desesperación
y anhelo estar siempre juntos, en este presente escatológico y aterrador, lo
han conseguido, pero ahora ya no lo desean como antes. La propia Francesca
expresa su desesperación por tener siempre a su lado a quien le recuerda, de
manera constante, el pecado cometido.
Paolo piensa algo semejante, pero como no le está
permitido hablar, no lo comparte; sólo su llanto parece ser la representación
del asentimiento de lo que su amante expresa. De este hecho se deriva que el infierno
es lugar de la ley implacable, en donde la desesperanza domina.
“Amor condusse noi ad una morte:
Caina attende chi vita ci spense.
Queste parole da lor ci fur porte”[16]. (46).
El dialecto toscano escogido por Dante y que sería
el antecedente inmediato de la lengua italiana, expresa la conclusión de
este drama de amor; lo hace en un solo verso, el primero del terceto,
complementado por el segundo, en donde en medio de una prolepsis que trasciende
desde la tierra al infierno, anuncia la pena que la justicia trascendente le
tiene reservada al cruel asesino.
Dante ha condenado en vida a Lanciotto, éste no
sabe que, cuando muera, habrá un lugar reservado para él en el infierno, en el
sitio en donde se abisman los traidores a su propia sangre. La poética de
Alighieri se traslada constantemente del infierno a la tierra; a los pobres
habitantes del reino del dolor y la desesperanza, no les queda otra opción que
recordar, añorar y sufrir.
El discurso final de Francesca es muy breve, pero
tristemente real. Ante el requerimiento del poeta florentino, relativo a que le
cuente cómo descubrieron su amor, la joven pronuncia aquellas palabras que se
han vuelto canónicas en el decir dantista:
“…Nessun maggior dolore, // che ricordarsi del tempo felice // ne la
miseria; e ció sa il tuo dottore.[17]” (46).
El hombre es un ser sufriente, ha nacido marcado
por la desgracia y un destino tercamente inoportuno lo persigue de manera constante.
Las palabras de Francesca dan testimonio de ello; y es una evidencia de primera
mano, porque lo dice quien lo ha padecido en carne propia. Nuevamente se
expresa la relación tierra-infierno: en aquella, “el tiempo feliz” y, en éste,
“la miseria”. El fatalismo homérico, ¿por qué no universal?, se expresa en las
tristes palabras de quien fuera una bella mujer. Esta fórmula —llamémosle así—
se ha venido aplicando en la literatura y en la vida. En la vida sufre más
quien recuerda los buenos momentos del ayer; sufre más quien sabe lo que es
vivir inmerso en la felicidad, para luego perderla. En la literatura, ha sido
una fórmula llevada y traída por la crítica especializada y por los comentarios
espurios que nunca faltan. Es elegante y presuntuoso decir: “No hay mayor
dolor…”, pero no lo es tanto, sufrirlo en carne propia. La creación de todos
los tiempos nos brinda ejemplos de ello. que escapan a las líneas de este
repaso crítico. No obstante, el propio personaje femenino nos proporciona una
muestra al decir de Virgilio: “Bien lo sabe tu doctor”. El poeta latino vivió
entusiasta en la corte del emperador Augusto, gracias a él gozó de bienestar y
de tiempo para dedicarse a la creación; ahora, por decisión irrespetuosa de
Dante, se halla en ese controvertido recinto que se llama limbo; lugar a donde —como
lo comentamos supra— van las almas que no sólo no han conocido al dios
verdadero, sino que ni siquiera lo han presentido.
Supongo que el ignorar los hechos que resultan
enmarcados en la égloga IV, en donde Virgilio anuncia el advenimiento de un
hombre que traería un mensaje de paz a la humanidad entera — creemos que ese hombre era Jesucristo—, no
exime al florentino de la culpa personal por castigar a un individuo que, a
pesar de no haber vivido en el momento de Cristo, igual presintió la llegada
del redentor mesiánico.
El personaje femenino advierte que Dante no ha
quedado satisfecho con todo lo contado, por eso se decide a continuar
diciéndole:
“Ma s’a conoscer la prima radice
del nostro amor tu hai cotanto affetto,
farò como colui che piange e dice[18].
(46).
Para Francesca recordar es sufrir, no obstante,
está dispuesta a hacerlo, porque Dante ha sido complaciente y bueno con ellos;
me refiero al Dante personaje, porque el otro, el narrador, los sumergió en un
abismo inmenso del que nada ni nadie los podrá sacar.
De este modo, la otrora joven del Po, empieza a
contar en apretada síntesis lo que realmente sucedió:
“Noi leggievamo un giorno, per diletto,
di Lancialotto, como amor lo strinse:
soli eravamo e senza alcun sospetto.
Per più fiate gli occhi ci sospinse
quella lettura, e scolorocci il viso;
ma solo un punto fu quel che ci vinse.
Quando leggemmo il disiato riso
esser bacciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,
la bocca mi baciò tutto tremante.
Galeotto fu il libro e qui lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante[19]. (46).
El estilo dantista se viste de gala en este breve
pasaje en el que Francesca cuenta la causa de su desgracia. Habla en primera
persona del plural, con lo cual involucra al silencioso Paolo en el trágico
hecho. Recurre a un intertexto clásico que es el de Lancelotte y la reina
Ginebra; este intertexto sirve de telón de fondo y de motivante para los
acontecimientos que se avecinan. Estaban solos y sabían que no había nadie más
en el palacio; pero la lectura los traicionó; sus ojos se cruzaron; cuando
leyeron que sobre la sonrisa de la amada puso el amante un beso, Paolo se dejó
llevar por el abismo del deseo y la besó apasionado y tembloroso. De este modo
se comprueba que el que calla en la muerte, habló en la vida mediante ese beso
trémulo que reveló toda su pasión. El ejercicio de la anagnórisis se cumple
perfectamente bien, porque ambos se reconocen enamorados y ya no les importa lo
social, sino solamente lo personal. Además, la narración reviste la característica
de un relato en abismo, en donde el juego de las matrioshkas se cumple con toda
su intensidad. Hay un primer plano, en donde interactúan los amantes de
la Comedia y un segundo contexto, en el cual destacan las
figuras legendarias de Lancelotte y Ginebra. Observo también dos
personajes in absentia: Lanciotto en la obra aquí estudiada,
el rey Arturo en la intertextualizada; los dos traicionados por sus respectivas
esposas. Sabemos que cuando Lanciotto aparece, sobreviene la muerte de los
amantes; de Arturo no se dice nada. Valoramos esta capacidad del narrador al
escoger los elementos que desarrolla con acierto, precisión y síntesis.
Termina el relato con la conocida reticencia:
“Aquel día ya no leímos más”. El discurso se interrumpe para abrir un
paréntesis de espera en el marco del cual el lector se estará preguntando qué
sucedió. Quizás sean dos las opciones: la primera, la adelantábamos líneas
antes cuando decíamos que Lanciotto se convirtió de personaje in absentia en
personaje in praesentia. Su ira lo lleva a matar. Si aceptamos
tal acontecimiento, enfrentamos el hecho de que los amantes fueron al infierno
por un beso, nada más, o también por ese compromiso contraído que derrotaba la
fe del esposo. La otra opción puede ser más conciliadora, puesto que les
habría dado a Paolo y Francesca la oportunidad de ir más allá del beso. Pero
igual hubiera terminado de la misma manera que la primera, con la inoportuna
presencia del marido engañado.
Mientras uno lloraba y la otra hablaba, el
personaje se desmaya, cumpliéndose de este modo la función catártica del
protagonista. No soporta más ser el espectador del sufrimiento humano, lo que
es peor aún, se ve reflejado en ellos.
Para concluir las reflexiones sobre este canto, he
desarrollado los temas anunciados en el cuerpo del trabajo. En primer lugar,
encuentro a Minos y su legendaria función. Desde lo macabro dirige el espacio
virtual del dolor. Trata con vehemencia a los condenados a pesar de que él
mismo es un condenado más.
En el orden del cronotopo bajtiniano, el tiempo es
eterno e inunda el corazón de Dante personaje, con la certeza de contemplar un
espectáculo que él mismo se habría merecido, a no ser por la benevolencia de
Dios, que lo exime de ello. En cuanto al lugar, es el sitio en donde sin piedad
se castiga al ser humano pecador o, por lo menos, sospechoso de pecado, como
los habitantes del insidioso limbo.
La tromba infernal representa la furia de esa
naturaleza creada por el narrador, en donde nadie puede suplicar por piedad.
Por último, la presencia de Paolo y Francesca lo
llena todo. Si no había sido suficiente con Minos y con los demás réprobos
mencionados, ahora emerge la figura de estos dos personajes unidos por el aburrimiento,
la desidia y el amor fatal.
[1] Así descendí desde el primer
círculo al segundo, que es más pequeño, pero el dolor y la tortura son mayores.
Allí está el horrible Minòs, que, rechinando los dientes, examina a los
culpables mientras llegan a sus dominios; los juzga y los destina a cada uno
dando vuelta la cola alrededor de su cuerpo. Digo que cuando se presenta un
alma pecadora le obliga a confesar todas sus culpas, y como buen conocedor de
ellas, ve que lugar del infierno le corresponde y enrosca su cola tantas veces
como sea necesario. Ante él están siempre multitud de almas, las cuales van
acudiendo, una atrás de la otra, al juicio que deben enfrentar y caen
precipitadas en el abismo.
[2] Herrera Valenciana, Minor (2018).
“La muerte, el alma y el más allá en la Eneida” en Revista de Lenguas
Modernas, Costa Rica.
[3] Gilson, Etienne (2011). Dante
y la filosofía, Navarra, Eunsa [Universidad de Navarra].
[4] Minos fue, pues -con
Radamantis y Sarpedón-, hijo de Zeus y Europa.
Cuando ésta llegó a Creta, casó con el rey de la isla, Asterio, quien
adoptó a sus hijos, y luego, a la muerte del rey, le sucedió Minos en el trono,
distinguiéndose por la sabiduría de su legislación y por su espíritu de
justicia, que le valió, después de muerto, el ser promovido a la categoría de
juez del mundo subterráneo. (Guirand, 1965: 265)
[5] En relación con Dédalo, cuenta la mitología que era
originario de Atenas y famoso por sus múltiples habilidades. Se le atribuía la invención del hacha y de la
sierra, y se contaba que había sido el primero en destacar de los xoana,
primitivas e informes estatuillas de los dioses, los brazos y las piernas. Por haber dado muerte a su sobrino, a causa
de rivalidades derivadas de su oficio, pidió asilo a Minos. Dédalo fue quien indujo a Ariadna a entregar
a Teseo, el hilo precioso que permitió a éste guiar sus pasos por el
laberinto. Minos consideró este hecho
como una traición, y ordenó que Dédalo y su hijo Icaro fuesen encerrados en el
palacio, del que pudieron evadirse remontándose por los aires gracias a unas
alas que imaginó Dédalo. Pero como
durante el viaje Icaro se acercó demasiado al sol, la cera que fijaba las alas
se fundió, y el infortunado fue a caer al mar, que luego recibió el nombre de
Icario. Dédalo tomó tierra en Cumas, y
de aquí pasó a Sicilia, donde se granjeó el favor del rey Cócalo. Por eso, cuando Minos que había perseguido a
Dédalo, puso pie en la isla, Cócalo se negó a entregarle su huésped; más aún,
ahogó a Minos en el baño. Y así fue el
fin de Minos cuya tumba, no obstante, se mostraba en Creta. (Guirand, 1965: 265)
[6] «Oh tú que vienes al doloso
albergue -me dijo Minòs en cuanto me vio, dejando el acto de tan alto oficio-;
mira cómo entras y de quién te fías: no te engañe la anchura de la entrada.» Y
mi guía: «¿Por qué le gritas tanto? No le entorpezcas su fatal camino; así se
quiso allí donde se puede lo que se quiere, y más no me preguntes.»
[7] Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y
amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por
ella (Cfr. Biblia, “Mateo” 7- 13).
[8] » Ahora comienzan las dolientes
notas a hacérseme sentir; y llego entonces allí donde un gran llanto me golpea.
Llegué a un lugar de todas luces mudo, que mugía cual mar en la tormenta, si
los vientos contrarios le combaten. La borrasca infernal, que nunca cesa, en su
rapiña lleva a los espíritus; volviendo y golpeando les acosa. Cuando llegan
delante de la ruina, allí los gritos, el llanto, el lamento; allí blasfeman del
poder divino. Comprendí que a tal clase de martirio los lujuriosos eran
condenados, que la razón somete al deseo. Y cual los estorninos forman bandadas
en invierno, larga y prieta, así aquel viento a los malos espíritus: aquí,
allá, abajo, arriba los conduce; y ninguna esperanza les conforta, no de
descanso, mas, de menor pena. Y cual las grullas cantando sus lays largas
hileras hacen en el aire, así las vi venir lanzando ayes, a las sombras
llevadas por el viento.
[9] Yo dije: «Maestro, ¿quién son
esas gentes que el aire negro así castiga?» «La primera de la que las noticias
quieres saber --me dijo aquel entonces fue emperatriz sobre muchos idiomas. Se
inclinó tanto al vicio de lujuria, que la lascivia licitó en sus leyes, para
ocultar el asco al que era dada: Semíramis es ella, de quien dicen que
sucediera a Nino y fue su esposa: mandó en la tierra que el sultán gobierna. Se
mató aquella otra, enamorada, traicionando el recuerdo de Siqueo; la que sigue
es Cleopatra lujuriosa. A Elena ve, por la que tanta víctima el tiempo se
llevó, y ve al gran Aquiles que por Amor al cabo combatiera; ve a Paris, a
Tristán.» Y a más de mil sombras me señaló, y me nombró, a dedo, que Amor de
nuestra vida les privara. Y después de escuchar a mi maestro nombrar a antiguas
damas y caudillos, les tuve pena, y casi me desmayo.
[10] “Los calamitosos tiempos y vi al
gran Aquiles que al fin combatió por amor”
[11] Yo comencé: «Poeta, querría
hablar con aquellas dos almas que vuelan juntas y parecen al viento tan
ligeras.» Y él a mí: «Los verás cuando ya estén más cerca de nosotros; si les
ruegas en nombre de su amor, ellos vendrán.» Tan pronto como el viento allí los
trajo alcé la voz: «Oh almas afanadas, hablad, si no os lo impiden, con
nosotros.» Semejantes a palomas llamadas del deseo, al dulce nido con el ala
alzada, van llevadas por el viento del querer, ambos dejaron el grupo de Dido y
en el aire malsano se acercaron, tan fuerte fue mi grito afectuoso:
[12] «Oh animal gracioso y benigno que
nos visitas por el aire negro a nosotros que el mundo ensangrentamos; si el Rey
del Mundo fuese nuestro amigo rogaríamos a él tu salvación, ya que te apiadas
de nuestro mal perverso. De lo que oír o hablar os guste, nosotros oiremos y
hablaremos mientras de que el viento, como ahora, permanezca en calma.
[13] La tierra en que nací está
situada en la Marina donde el Po desciende y con sus afluentes se reúne.
Amor, que al noble corazón se agarra, a éste prendió
de la bella persona que me quitaron; aún me ofende el modo. Amor, que a todo amado a amar le obliga,
prendió por éste en mí pasión tan fuerte que, como ves, aún no me
abandona. Amor nos condujo a morir
juntos, y Caína espera a aquel que acabó con nuestro aliento.» Estas palabras
ellos nos dijeron. Cuando escuché a las almas doloridas bajé el rostro y tan
bajo lo tenía, que el poeta me dijo al fin: «¿Qué piensas?» Al responderle comencé:
«Qué pena, cuánto dulce pensar, cuánto deseo, a éstos condujo a paso tan
dañoso.» Después me volví a ellos y les dije, y comencé: «Francesca, tu
suplicio excita mi llanto; dime, en el tiempo de los dulces suspiros ¿cómo o
por qué el Amor os concedió que conocieses tan turbios deseos?» Y repuso: «No
hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria; bien lo sabe tu
maestro”. Mas si deseas conocer la primera raíz de nuestro amor, hablaré como
aquel que llora y habla a la vez.
[14] Amor, que al noble corazón se
agarra, a éste prendió de la bella persona que me quitaron; el modo aún me
ofende.
[15] Amor, que a todo amado a amar le
obliga, prendió por éste en mí pasión tan fuerte que, como ves, aún no me
abandona.
[16] Amor nos condujo a morir juntos,
Caína espera al que segó nuestras vidas. Estas palabras nos dijeron.
[17] No hay mayor dolor que acordarse
del tiempo feliz en la miseria. Bien lo sabe tu doctor.
[18] Mas si quieres conocer la raíz de
nuestro amor, haré como aquel que llora y habla a la vez.
[19] Nosotros leíamos un día por
diversión la historia de Lanciotto y de cómo el amor lo atrapó en sus redes.
Estábamos solos y sin sospecha alguna. Pero sucedió en aquella lectura que
nuestros ojos se buscaron con afán y nuestros semblantes cambiaron de color.
Pero tan sólo un momento hizo que dejáramos a un lado nuestro recato. Cuando
leíamos que sobre la sonrisa de la amada puso el amante un beso, éste, que
eternamente estará junto a mí, me besó tembloroso en la boca. El libro y quien
lo escribió fue para nosotros otro Galeotto. Aquel día ya no leímos más.