Consejos a un escritor
Anton Chejov
Anton Chejov
http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/maestros.htm#Calvino
A Alexéi M. Peshkov (Máximo Gorki). Yalta, 3 de diciembre de 1898
Me pregunta cuál es mi opinión sobre
sus cuentos. ¿Qué opinión tengo? Un talento indudable, y además un verdadero
y gran talento. Por ejemplo, en el cuento "En la estepa crece" con
una fuerza inhabitual, e incluso me invade la envidia de no haberlo escrito
yo. Usted es un artista, una persona sabia. Siente a la perfección. Es
plástico, es decir, cuando representa algo, lo observa y lo palpa con las manos.
Eso es arte auténtico. Esa es mi opinión y estoy muy contento de poder
expresársela. Yo, repito, estoy muy contento, y si nos hubiésemos conocido y
hablado en otro momento, se hubiese convencido del alto aprecio que le tengo
y de qué esperanzas albergo en su talento.
¿Hablar ahora de los defectos? No es
tan fácil. Hablar sobre los defectos del talento es como hablar sobre los
defectos de un gran árbol que crece en un jardín. El caso es que la imagen
esencial no se obtiene del árbol en sí, sino del gusto de quien lo mira. ¿No
es así?
Comenzaré diciéndole que, en mi
opinión, usted no tiene contención. Es como un espectador en el teatro que
expresa su entusiasmo de forma tan incontinente que le impide escuchar a los
demás y a sí mismo. Especialmente esta incontinencia se nota en las
descripciones de la naturaleza con las que mantiene un diálogo; cuando se
leen, se desea que fueran compactas, en dos o tres líneas. Las frecuentes
menciones del placer, los susurros, el ambiente aterciopelado y demás, añaden
a estas descripciones cierta retórica y monotonía, y enfrían, casi cansan. La
falta de continencia se siente en la descripción de las mujeres
("Malva", "En las balsas") y en las escenas de amor. Eso
no es oscilación y amplitud del pincel, sino exactamente falta de continencia
verbal. Después es frecuente la utilización de palabras inadecuadas en
cuentos de su tipo. Acompañamiento, disco, armonía: esas palabras molestan.
[...] En las representaciones de gente instruida se nota cierta tensión, como
si fuera precaución; y esto no porque usted haya observado poco a la gente
instruida, usted la conoce, pero no sabe exactamente desde qué lado acercarse
a ella. ¿Cuántos años tiene usted? No lo conozco, no sé de dónde es ni quién
es, pero tengo la impresión de que aún es joven. Debería dejar Nizhni
[Nizhni-Novgorod] y durante dos o tres años vivir, por así decirlo, alrededor
de la literatura y los círculos literarios; esto no para que nuestra
generación le enseñe algo, sino más bien para que se acostumbre, y siente definitivamente
la cabeza con la literatura y se encariñe a ella. En las provincias se
envejece pronto. Korolenko, Potapenko, Mamin [Mamin-Sibiriak], Ertel, son
personas excelentes; en un primer momento, quizás le resulte a usted aburrido
estar con ellos, pero después, tras dos años, se acostumbrará y los valorará
como merecen, y su compañía le servirá para soportar la desagradable e
incómoda vida de la capital.
A Mijail P. Chéjov, Taganrog, 6 y 8 de abril de 1879
Haces bien en leer libros.
Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa costumbre. ¿La señora
Beecher Stow [novelista norteamericana, autora de La cabaña del tío
Tom] te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a
leerla hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura
sentí la sensación desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas
en exceso... Lee los siguientes libros: Don Quijote (completo,
en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la
altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo
han hecho, Don Quijote y Hamlet, de Turguéniev. Tú, hermano, no
lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee La
fragata Palas, de Goncharov.
A Dmitri V. Grigoróvich, Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen
bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar.
Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. [...]
Todas las personas cercanas a mí siempre
han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme
amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo
en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no
puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú
existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de cualquier
pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante
y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su
carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he
logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia
literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a
escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La segunda es que soy
médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio
sobre las dos liebres [“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas
veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo
todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora
he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial,
negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado
más de un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo escribí en
una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de
un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del
lector ni de mí mismo... He escrito intentando no desperdiciar en un cuento
las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he guardado y
escondido con mucho cuidado. [...]
Disculpe la comparación, pero ha
actuado en mí como la orden gubernamental de “abandonar la ciudad en 24
horas”, esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa,
de salir lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado... Estoy de
acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver
publicado "La bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día,
sino en tres o cuatro, no lo tendría... Me libraré de los trabajos urgentes,
pero me llevará tiempo... No es posible abandonar el carril en el que me
encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata
de mí. Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de
la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos. En
verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de
asuntos serios.
No puedo poner mi verdadero nombre
en el libro, porque ya es tarde: la viñeta ya está preparada y el libro,
impreso. Mucha gente de Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no
echar a perder el libro con un pseudónimo, pero no les he hecho caso,
probablemente por amor propio. No me gusta nada mi libro [Cuentos
abigarrados se publicó bajo el pseudónimo de Antosha Chejonté]. Es
una vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles, desplumados por la
censura y por los editores de las publicaciones humorísticas. Creo que,
después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si hubiera sabido que
usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado. La esperanza está en
el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me dé tiempo a hacer algo, aunque el
tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por esta carta tan larga. [...] Con
profundo y sincero respeto y agradecimiento.
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