viernes, 6 de noviembre de 2020

En la casa de baños " de Anton Chéjov

 

En la casa de baños" Chéjov


-¡Eh, tú, elemento! — gritó un señor gordo, de piel blanca, al distinguir entre la neblina a un hombre alto y delgado, con una barbita rala y una gran cruz de cobre en el pecho—. ¡Echa el vapor!
-Yo, excelencia, no soy bañista, sino barbero. No es asunto mío echar el vapor. ¿No me manda ponerle unas ventosas?
El señor gordo se acarició los muslos purpúreos, meditó un poco y dijo:
-¿Ventosas? Tal vez. Pónmelas. No tengo prisa.
El barbero corrió a los vestuarios por los útiles, y al cabo de unos cinco minutos en el pecho y la espalda del señor gordo oscurecían ya diez ventosas.
—Me acuerdo de usted, excelencia —empezó el barbero, mientras colocaba la ventosa número once—. Usted tuvo a bien bañarse aquí el sábado pasado, y entonces le corté los callos. Soy el barbero Mijailo... ¿Recuerda? Entonces me hizo usted preguntas acerca de las novias.
-iAh!... ¿Y qué?
-Nada... Ahora estoy ayunando, y es pecado que yo juzgue, excelencia, pero en conciencia no puedo no decírselo. Que Dios me perdone por censurar, pero la novia actual ha resultado desordenada, boba... La novia anterior quería casarse con un hombre que fuera formal, severo, que tuviera capital, que supiera enjuiciar todo, recordar la religión, y la actual se deja seducir Por la instrucción. Ofrécele un hombre instruido, pero a  un señor oficinista o a algún comerciante ni se te ocurra, ¡se burlará! Hay distintas clases de instrucción... Algún hombre instruido, naturalmente, alcanzará un alto grado, pero otro se pasará un siglo entre papeles y legajos y no sacará ni para su entierro. ¿Acaso hay pocos de esos ahora? Aquí suele venir uno... instruido. Es telegrafista... Lo ha superado todo, puede inventar telegramas, pero se lava sin jabón. ¡Da pena verlo!
-¡Pobre, pero honrado! —llegó una voz de bajo enronquecida desde el banco superior adosado a la pared. De gente así hay que enorgullecerse. La instrucción, unida a la pobreza, es testimonio de las altas cualidades del alma. ¡Grosero!
Mijailo miró de reojo al banco de arriba... Allí permanecía sentado, golpeándose la, tripa con una escobilla, un hombre delgado a quien se le marcaban los huesos por todas partes y que parecía no tener más que piel y costillas. No se le veía el rostro, porque estaba cubierto por el largo cabello que colgaba hacia abajo. Sólo se veían los ojos, llenos de maldad y desprecio dirigidos hacia Mijailo.
-¡De esos... de los del pelo largo! – guiñó un ojo Mijailo—. Con ideas... ¡Es terrible lo que ha aumentado el número de esta gente ahora! ¡No hay modo de cogerlos a todos! ¡Vaya! Se ha soltado las greñas el esqueleto. Cualquier conversación campesina le contraría, lo mismo que   el incienso al demonio. ¡Toma partido por la instrucción! Esos son los que le gustan a la novia actual. ¡Precisamente como esos, excelencia! ¿Acaso da asco? En otoño me llamó a su casa la hija de un pope. «Búscame, Michel –dijo-, en las casas me llaman Michel, porque ondulo el pelo a las señoras, búscame un novio que sea escritor» Y por suerte para ella yo tenía uno así... Frecuentaba la taberna de Porfirio periódicos. Se le acercaba alguien a pedirle dinero para o Emiliánovich y amenazaba con publicar las cosas en los periódicos. Se le acercaba alguien a pedirle dinero para  vodka, largaba una bofetada... « ¿Cómo? ¿Pedirme dinero? Pero ¿tú sabes quién soy yo? ¿Ignoras acaso que  yo puedo publicar en los periódicos que has arruinado tu alma?» Es poco atractivo, andrajoso. Le seduje con el dinero del pope, le mostré un retrato de la señorita y lo llevé a su casa. Le alquilé un traje... ¡No le gustó a  la señorita! Tiene poca melancolía en la cara —dijo-- ¡Ella misma no sabe qué diablos quiere!
¡Eso es una difamación de la literatura! — se oyó la voz ronca de bajo desde el mismo asiento—. ¡Eres una basura!
-¿Yo una basura? ¡Ejem!... Tiene usted la suerte, señor, de que esta semana estoy ayunando, de lo contrario ya le habría dicho una palabrita por lo de basura... ¿Acaso usted también es escritor?
—Aunque no soy escritor, no te atrevas a hablar de lo que no entiendes. En Rusia ha habido muchos escritores que han aportado gran progreso. Han ilustrado al mundo, y por eso, en vez de reprenderlos hay que tratarlos como Dios manda. Hablo de los escritores mundanos lo mismo que de los eclesiásticos.
—Las personalidades eclesiásticas no van a ocuparse de tales asuntos.
—Tú no lo entiendes, grosero. Dimitri Rostóvski, Inokenti Jérsonski, Filaret Moskóvski y otros santos de la Iglesia, con sus creaciones han contribuido bastante a la cultura.
Mijailo miró de reojo a su enemigo y movió la cabeza.
—Bueno, usted, señor, es que ya... —farfulló rascándose la nuca—. Está expresando algo intelectual... Por algo lleva usted así el pelo. ¡Por algo! Todo eso lo entendemos muy bien, y ahora mismo le vamos a demostrar qué clase de hombre es usted. Excelencia, vamos a dejar puestas las ventosas, y yo vuelvo en seguida... Voy sólo un momento.
Arrastrando al paso sus pantalones mojados y chapoteando fuerte con los pies descalzos, Mijailo se fue a los vestuarios
—Ahora saldrá de los baños un hombre de pelo largo —se dirigió a un muchacho que permanecía en pie detrás del mostrador, vendiendo jabón—, entonces tú... vigílalo. Está desconcertando al público... Con sus ideas... Habría que ir a buscar a Nazar Zajárich...
-Díselo a los chicos.
—Ahora vendrá por aquí un hombre de pelo largo –murmuró  Mijailo, dirigiéndose a los chicos que se hallaban junto al ropero—. Está desconcertando a la gente. Vigiladle y corred a casa de la patrona, para que mande buscar a Nazar Zajárich. Hay que levantar acta. Dice unas cosas... Expone unas ideas...

-Pero ¿quién es ese hombre de pelo largo? — preguntaron inquietos los chicos—. Ninguno así se ha cambiado aquí de ropa. Sólo se han desnudado seis. Aquí se han cambiado dos tártaros, aquí un señor, aquí dos comerciantes, aquí un diácono... y nadie más... Seguramente has tomado al padre diácono por ese hombre de pelo largo.
-¡Qué estáis inventando, demonios! ¡Sé lo que digo!
Mijailo miró la ropa del diácono, tocó la sotana con la mano y se encogió de hombros... Su rostro reflejó una perplejidad infinita.
-¿Y qué aspecto tiene?
-Es delgadito, rubio... Una barbita muy rala... Tose continuamente.
— ¡Ejem! — balbuceó Mijailo—. ¡Ejem!... Eso quiere decir que he atacado a una personalidad eclesiástica...
¡Un asunto espinoso con el padre Denis! ¡Vaya un pecado! ¡Vaya pecado! ¡Dios mío, y yo estoy ayunando! ¿Cómo me voy a confesar ahora, si he ofendido a una personalidad eclesiástica? ¡Dios mío, perdóname, he pecado! Voy a pedir perdón...
Mijailo se rascó la nuca y, con cara afligida, se dirigió a los baños. El padre diácono ya no estaba en el asiento de arriba. Permanecía abajo, al lado de los grifos, y separando mucho los pies echaba agua en una palangana de dos asas.
-¡Padre diácono! —se dirigió a él Mijailo con voz llorosa—. ¡Perdóneme, se lo pido por Cristo, soy un condenado!
-¿Por qué?
Mijailo suspiró profundamente y se inclinó hasta los pies del diácono.
-¡Porque he pensado que tenía usted ideas en la cabeza!
II
-¡Me extraña que su hija, con toda su belleza y su intachable conducta no se haya casado hasta ahora! –decía Nikodim Egórovich Potýchkin, encaramándose al banco de arriba.
Nikodim Egórovich Potýchkin estaba desnudo, como cualquier hombre desnudo, pero sobre su cabeza calva tenía una gorra. Temiendo una congestión y un ataque de apoplejía se bañaba siempre con la gorra puesta. Su interlocutor, Makar Tarásovich Péshkin, un viejecito menudo, de pies pequeños y azulados, en contestación a su pregunta, se encogió de hombros y dijo:
-Pues no se ha casado porque Dios, como castigo, me ha dado ese carácter. Soy humilde y muy dócil, Nikodim Egórovich, y hoy no se puede alcanzar nada con la docilidad. El novio en la actualidad es brutal, y hay que comportarse de acuerdo con él.
—Pero ¿cómo brutal? ¿Desde qué punto de vista dice usted eso?
-El novio está mimado... ¿Cómo hay que tratarle? Es precisa la severidad, Nikodim Egórovich. No va uno a cohibirse con él, Nikodim Egórovich. Hay que mandar al juez de paz por los guardias, para darle en los morros; eso es lo que hace falta. Es gente inútil. Es gente tonta.
Los amigos se tumbaron en el banco de arriba, uno al lado del otro, y se golpearon con las escobillas.
—Gente sin importancia... —continuaba Makar Tarásovich—. Los he aguantado mucho, canallas. Si yo tuviera un carácter más sólido, hacía mucho tiempo que mi Dasha se hubiera casado y hubiera tenido niños. Sí... Sí, señor mío, en el campo femenino hay ahora solteronas —si se habla con toda conciencia— mitad por mitad, el cincuenta por ciento. Y fíjese, Nikodim Egórovich, que cada una de estas solteronas, en sus años mozos ha tenido novio. ¿Y por qué, preguntarán, no se ha casado? ¿Por qué motivo? Pues porque los padres no han podido retener al novio, lo han dejado escapar.
—Eso es cierto. El hombre actual está mimado, es tonto, librepensador. Todo esto lo quieren por nada, pero con ventaja. No da un solo paso gratis. Tú le procuras la felicidad y él te exige dinero. Y si se casa no lo hace sin intención. Me casaré, amigo, y me beberé el dinero. Eso todavía no es nada, come, engulle, coge mi dinero, pero cásate con mi hija, hazme ese favor, pero sucede que incluso con el dinero suplicarás y aguantarás al desgraciado. Alguno propone insistentemente el matrimonio
Y cuando llega al final, al altar, se vuelve atrás y se marcha a pedir la mano de otra. Es bueno el hecho de, ser novio, resulta una diversión. La dan de Comer y beber, le prestan dinero, ¿qué más puede pedir a la vida? Bueno, pues se transforma en novio hasta la vejez, en tanto llegue la muerte, y no tiene necesidad de casarse. Ya tiene una calva que le cubre toda la cabeza, ya está todo canoso, y se le doblan las rodillas, pero continúa siendo novio. Los hay también que no se casan por tontería... Un hombre tonto no sabe él mismo lo que le conviene, y se pone a escoger esto no le viene bien, lo otro le resulta mal. Va una y otra, vez, pide la mano, y luego de pronto sin más ni más: «No puedo –dice—, y no quiero.» Bien, tomemos como ejemplo al señor Katavásov, el primer novio de Dasha. Profesor de Instituto, también consejero titular... Ha aprendido todas las ciencias, sabe francés, alemán... es matemático, pero ha resultado un estúpido, un hombre tonto, y nada más. ¿Está usted dormido, Nikodim Egórovich?
—No ¿por qué? He cerrado los ojos por puro placer...
-Bueno, pues... Empezó a galantear a mi Dasha. Y tengo que decirle a usted que Dasha no tenía entonces ni los veinte años. Era una muchacha tan hermosa que todos se asombraban. ¡Como una palmera! Tenía la plenitud, la perfección del cuerpo, etcétera. El consejero civil Chicherónov-Gravianski —trabaja en el departamento eclesiástico-  se arrastraba de rodillas para que fuera a su casa de institutriz, ¡y no quiso! Katavásov empezó a venir a casa. Venía todos los días y se quedaba hasta medianoche, hablaba con ella de distintas ciencias y de física... Le llevaba libros, ella tocaba el piano... Siempre se inclinaba más por los libros. Mi Dasha es ilustrada de por sí, los libros no le son necesarios no son más que una diablura. Y él insistía todo el tiempo, lee esto, lee lo otro y consiguió aburrirla mortalmente. Me di cuenta de que se enamoró de ella. Pero se veía claramente que ella, nada. «Papá —me decía, no me gusta porque no es militar.» No es militar, pero eso no importa. Tiene categoría, es noble, está bien alimentado, es abstemio, ¿qué más se puede pedir? Se hicieron novios. Se les dio el consentimiento... Ni siquiera preguntó acerca de la dote. Silencio... Como si no fuera un hombre, sino un espíritu etéreo, y pudiera arreglarse sin dote. Hasta señalamos el día para la boda. ¿Y qué cree usted, eh? Tres días antes de la boda viene a mi tienda ese Katavásov. Los ojos enrojecidos, la cara pálida, como si le hubieran dado un susto, temblando de pies a cabeza. «¿Qué ocurre?» «Perdone, Makar Tarásovich —dice—, pero no puedo casarme con Daría Makárovna. Yo —explica—, me he equivocado. Contemplando en ella su floreciente juventud y su ingenuidad —dice—, creí encontrar el reposo, es decir, el frescor espiritual, pero ella ya había tenido tiempo de adquirir tendencias. Tiene disposiciones hacia el oropel, no sabe trabajar, ha mamado en el pecho de su madre...» Yo no recuerdo lo que dijo que, había mamado... Me dice esto, y llora. ¿Y yo? Yo, señor mío, sólo dije unos cuantos denuestos y lo dejé marchar. Y no fui al juez de paz ni presenté queja a la superioridad ni le puse en vergüenza en la ciudad. Si hubiera ido al juez de paz, seguramente se hubiera asustado del deshonor y se hubiera casado. La superioridad es de suponer que no se hubiera fijado en lo que había mamado en el pecho de su madre. Si ha turbado a la muchacha, que se case con ella Ahí tiene al comerciante Kliákin. ¿Ha oído hablar de él? Aunque es un campesino, menuda broma le gastó... También novio empezó a ponerse terco, señalaba algo de la dote que no iba. Entonces Kliákin lo llevó al almacén, se encerró con él, sacó del bolsillo un gran revólver cargado, ¿sabe usted?, y exclamó: «Jura ante el icono que te vas a casar, de lo contrario te voy a matar ahora mismo. ¡Más que canalla! ¡Ahora mismo! » El mozo juró y se casó. Ya ve usted. Pues yo no soy capaz de eso. Ni siquiera soy capaz de luchar... Vio a mi Dasha un funcionario consistorial. El ucranio Briusdénko. También del departamento eclesiástico. La vio y se enamoró de ella. Anda tras ella como un cangrejo rojo como balbucean algunas palabras y de su boca sale fuego. Se pasa los días en nuestra a casa y de noche pasea bajo las ventanas. Dasha también se enamoró de él. Le gustaron sus ojos ucranios. Tienen —decía— el fuego y la oscuridad de la noche. El ucranio venía con frecuencia a casa, y pidió la mano de Dasha. Puede decirse que ella con arrobamiento y entusiasmo dio su consentimiento. «Comprendo, papá —dijo—, que no es militar, pero de todos modos es del departamento eclesiástico, y eso es lo mismo que de intendencia, y por eso le quiero mucho.» Es una jovencita, pero ya discierne: ¡intendencia! Examinó el ucranio la dote, regateó conmigo y sólo arrugó la nariz. Estaba de acuerdo con todo, con tal de celebrar la boda cuanto antes. Pero ese mismo día, el de los esponsales, miró a los invitados y se echó las manos a la cabeza: «¡Padrecito dijo—, cuántos parientes tienen! ¡No estoy conforme! ¡No puedo! ¡No quiero! » Y continuó, y continuó... Yo hablé de una manera y de otra... Pero tú, excelencia —le digo—, ¿te has vuelto loco, no? ¡Es mayor el honor si se tiene mucha familia! ¡No estaba conforme! Cogió su sombrero. Así era el individuo. Hubo también este otro caso. Pidió la mano de mi Dasha el inspector forestal Alialiáyev. Se enamoró de ella por su inteligencia y su conducta... Y Dasha también se enamoró de él. Le gustó su carácter positivo. Efectivamente era un hombre bueno, noble. Pidió la mano, y todo se hizo reposadamente. Examinó minuciosamente toda la dote, revolvió todos los baúles. Regañó  a la madre porque no había preservado los abrigos de la polilla. A mí me presentó una lista de sus bienes. Era un hombre noble, sería pecar decir de él algo malo. Debo confesar que me gustaba extraordinariamente. Regateó conmigo durante dos meses. Yo le daba ocho mil rublos, pero él me pedía ocho mil quinientos. Regateábamos y regateábamos; a veces  nos sentábamos a tomar el té, bebíamos quince vasos cada uno, y seguíamos regateando, yo le agregaba doscientos: ¡no quería! Así, nos separamos por culpa de trescientos  rublos o asustarle desenmascarándole ante toda la ciudad o llevarle a la habitación oscura y darle en los morros. Me equivoqué en los cálculos. Ahora veo que me equivoqué. He hecho el tonto. No hay nada que hacer, Nikodim Egórovich: tengo ese carácter. 
—Muy bondadoso. Eso es cierto. Bueno, me marcho, ya es hora... Se me ha puesto pesada la cabeza...
Nikodim Egórovich se golpeó por última vez con la escobilla y descendió del banco. Makar Tarásovich, suspiró y, con más celo, se empezó a golpear con la escobilla.
1885.
Referencia.
CHEJOV, A. P., 1975. FLORES TARDIAS Y OTROS CUENTOS. Madrid: Espasa-Calpe.

Comentario.
Este cuento inicia in medias res, comienza con una conversación, da a notar lo temida y astuta que es una mujer preparada, los hombres pueden llegar a creer que aquella mujer de ciencia es algo fuera de lo normal y que una vez abierta su mente a los conocimientos todo en ella cambia, bien es sabido que la comunidad machista en la que vivimos establece que todo aquel que sea hombre debe trabajar para llevar alimento y sustento al hogar, mientras que la mujer se encarga de los hijos y la casa, bien es dicho “ mujer que sabe latín, no encuentra marido, ni tiene buen fin”;  al momento de comenzar a contar la historia de Dasha , existe una metadiegesis, se nota aquel lenguaje sexista en el que en aquellas épocas de 1885 las mujeres eran vistas, más como para un lindo mueble en la casa que una competencia intelectual. Este es un ambiente de machos, en donde también se menciona, que por más preparado que sea un hombre, si no nace con el don de ser un buen novio y después marido, por más linaje y preparación que tenga nunca logrará conseguir una mujer. Después de todo tanto mujeres como hombres “solterones” son mal vistos no solo en la sociedad de esos tiempos, también en los de ahora.


Alumnas:
Vanessa Estefanía Rico Lara

Dalia Itzel Cuesta Arriaga

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