miércoles, 2 de diciembre de 2020

"Campamento indio de Ernest Hemingway

 Raúl Eduardo Narváez Ideas, III, 3 (2017) 279
* Doctor en Lenguas Modernas con Especialidad en Lengua Inglesa por la Universidad del
Salvador (USAL); Traductor Público en Idioma Inglés por la Universidad de Buenos Aires
(UBA); Profesor en Inglés por el Instituto Superior «Jesús María» (A-85). Correo electrónico:
ranarvaez1945@gmail.com
Ideas, III, 3 (2017), pp. 279-291
© Universidad del Salvador. Escuela de Lenguas Modernas. Instituto de Investigación en

Lenguas Modernas. ISSN 2469-0899

«Campamento indio»

de Ernest Hemingway.

Versión en castellano y

reflexiones críticas.

Raúl Eduardo Narváez*

Universidad de Buenos Aires

Argentina

Enfoque de la versión

La naturalidad siempre ha constituido una meta obligada del acto de

traducir. Según Peter Newmark (1988) todo traductor ha de concentrarse

primariamente en dos cuestiones esenciales, a saber, «(a) that your translation

makes sense; (b) that it reads naturally, that it is written in ordinary language,

the common grammar, idioms and words that meet that kind of situation» (p. 24)

[(a) que la traducción tenga sentido; (b) que suene natural, que se encuentre

escrita en lenguaje corriente, y que se utilicen la gramática, expresiones

idiomáticas y palabras de uso común para esa clase de situación]. En la

versión de «Campamento indio» que se ofrece, estos aspectos recibieron

especial observancia.

El objetivo de la construcción de sentidos que permitiera producir una

versión fiel al original implicó tener que penetrar en los vínculos establecidos

por los personajes dentro de los mundos que los identifican. De ahí que el enfoque

obligó a la integración de aportes propios del ámbito de la psicología.

Se remite, por ejemplo, a nociones básicas que sobre evolución del psiquismo

ofrece J. Piaget, sobre tipos psicológicos C. G. Jung, el consciente e inconsciente

Sigmund Freud y el Gran Otro J. Lacan. 280 Ideas, III, 3 (2017).

«Campamento indio» de Ernest Hemingway. Versión en castellano.

A la orilla del lago había otro bote listo. Los dos indios esperaban.

Nick y su padre se ubicaron en la popa del bote y los indios, empujándolo,

lo alejaron de la orilla y uno de ellos se subió para remar. Tío George se sentó

en la popa del bote del campamento. El indio joven, empujándolo, alejó de

la orilla el bote del campamento, subió y comenzó a remar para transportar

a Tío George.

Los dos botes partieron en medio de la oscuridad. Nick podía oír el ruido

de las horquillas del otro bote que iba mucho más adelante en medio de la

neblina. Los indios remaban con golpes rápidos y discontinuos. Nick iba recostado,

con el brazo de su padre rodeándolo. Hacía frío en el lago. El indio

que los llevaba remaba con mucha energía, sin embargo, todo el tiempo el

otro bote iba mucho más adelante en medio de la neblina.

—¿A dónde vamos, papá? —preguntó Nick.

—Al campamento indio. Hay una señora india muy enferma.

—Ah —dijo Nick.

Cuando llegaron al otro lado de la bahía, vieron el otro bote sobre la orilla.

Tío George estaba fumando un cigarro en medio de la oscuridad. El indio

joven arrastró el bote por la playa. Tío George les dio cigarros a los dos indios.

A pie se alejaron de la playa. Atravesaron una pradera húmeda, empapada

de rocío, siguiendo al indio joven que llevaba un farol. Después, ingresaron

en los bosques y siguieron por una senda que conducía al camino que

habían abierto derribando árboles y que volvía a internarse por las colinas.

Había mucha más claridad en este camino porque habían cortado los árboles

a ambos lados. El indio joven se detuvo y apagó el farol de un soplido y todos

siguieron por el camino.

Llegaron a una curva y se les apareció un perro ladrando. Más adelante se

veían las luces de las chozas en las que vivían los indios peladores de corteza.

Se les abalanzaron más perros. Los dos indios los hicieron volver a las chozas.

En la choza más cercana al camino había luz en la ventana. Una anciana

parada en la entrada esperaba sosteniendo un farol.

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Adentro, en una cama cucheta de madera, estaba acostada una india

joven. Había estado intentando dar a luz durante dos días. Todas las ancianas

del campamento la habían estado ayudando. Los hombres se habían

alejado de allí para sentarse a fumar en el camino en medio de la oscuridad

fuera del alcance del ruido que hacía la mujer. Ella dio un grito en el momento

en que Nick y los dos indios entraron en la choza detrás de su padre

y de Tío George. Estaba acostada en la cucheta inferior, muy grande debajo

de un acolchado. Tenía la cabeza hacia un lado. En la cucheta de arriba

estaba su marido. Tenía un corte muy serio en el pie. Se lo había hecho con

un hacha tres días atrás. Estaba fumando una pipa. Había muy mal olor en

la habitación.

El padre de Nick ordenó que pusieran agua al fuego y mientras se calentaba

habló con Nick:

—Esta señora va a tener un bebé, Nick —dijo.

—Ya sé —dijo Nick.

—No sabés —dijo el padre—. Escuchame. Lo que le está pasando son los

llamados dolores del parto. El bebé quiere nacer y ella quiere que nazca. Todos

sus músculos están tratando de que el bebé nazca. Eso es lo que pasa

cuando grita.

—Entiendo —dijo Nick.

Justo en ese instante, la mujer lanzó un quejido.

—Oh, papá. ¿No podés darle algo para que deje de dar alaridos? —preguntó

Nick.

—No. No tengo ningún anestésico —dijo su padre—. Pero sus alaridos

no tienen importancia. No los oigo porque no tienen importancia.

El esposo que estaba en la cucheta superior se dio vuelta hacia la pared.

La mujer que estaba en la cocina hizo una seña indicándole al médico

que el agua estaba caliente. El padre de Nick fue a la cocina y echó en una

palangana aproximadamente la mitad del agua de la enorme olla. En el

agua que quedó en la olla puso varias cosas que tenía envueltas en un

pañuelo.

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—Esto tiene que hervir —dijo mientras empezaba a lavarse las manos,

refregándolas en la palangana de agua caliente, con un jabón que había traído

del campamento.

Nick observó las manos de su padre, las restregaba con el jabón. Mientras

su padre se lavaba las manos con mucho cuidado y a fondo, habló.

—Ves, Nick, se supone que los bebés nacen de cabeza, pero algunas veces

no ocurre así. Cuando no ocurre así, dan mucho trabajo a todos. Tal vez tenga

que operar a esta señora. Lo vamos a saber en un ratito.

Cuando quedo satisfecho con sus manos, entró y se puso a trabajar.

—¿Corré el acolchado hacia atrás, por favor, George? —dijo—. Prefiero

no tocarlo.

Después, cuando comenzó a operar, Tío George y tres indios sujetaron a

la mujer para que no se moviera. Ella mordió a Tío George en el brazo y Tío

George dijo, —¡Puta india de mierda! — y el indio joven que había remado el

bote en que iba Tío George se rio. Nick sostenía la palangana para colaborar

con su padre. Todo llevó mucho tiempo.

Su padre sacó al bebé, lo levantó y le dio una palmada para hacerlo respirar

y se lo entregó a la anciana.

—Mirá, Nick, es un varón —dijo—. ¿Te gusta ser practicante?

—Está bueno —dijo Nick. Miraba en otra dirección para no ver lo que

hacía su padre.

—Bien. Así es —dijo su padre y puso algo en la palangana.

Nick no miró.

—Ahora —dijo su padre— faltan las puntadas. Podés mirar esto o no,

Nick, como quieras. Voy a coser la incisión que hice.

Nick no observó la operación. Había pasado mucho tiempo desde que su

curiosidad había desaparecido.

Nick llevó la palangana a la cocina.

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Tío George se miró el brazo. El indio joven sonrió al recordar lo ocurrido.

—Te voy a poner un poco de agua oxigenada ahí, George —dijo el

médico.

Se inclinó hacia la india. Estaba tranquila ahora y con los ojos cerrados. Se

la veía muy pálida. No sabía qué había sido del bebé, nada.

—Voy a volver por la mañana —dijo el doctor, poniéndose de pie. La

enfermera de St. Ignace ha de llegar aquí cerca del mediodía y va a traer todo

lo que necesitamos.

Se sentía agrandado y conversador, como los jugadores de fútbol en el

vestuario después del partido.

—Esto es para el boletín médico, George —dijo.

—Hacer una cesárea con una navaja y coserla con líder de tripa de 9 pies

de diámetro graduado.

Tío George estaba apoyado contra la pared mirándose el brazo.

—¡Ah, sos un grande, sí un grande! —dijo.

—Habría que darle un vistazo al orgulloso padre. En general, son los que

más sufren en estos asuntitos —dijo el doctor—. Debo decir que él se portó

muy bien.

Corrió hacia atrás la colcha que cubría la cabeza del indio. Al retirar la

mano, estaba húmeda. Se apoyó en el borde de la cucheta inferior con el farol

en una mano y miró. El indio estaba con la cara vuelta hacia la pared. Tenía

la garganta atravesaba por un tajo de oreja a oreja. La sangre había formado

un charco en la parte de la cama hundida por el cuerpo. La cabeza descansaba

sobre el brazo izquierdo. La navaja abierta, con el filo hacia arriba, estaba

entre las frazadas.

—Sacá a Nick de la choza, George —dijo el doctor.

No hubo necesidad de hacerlo. Nick, que estaba parado a la puerta de la

cocina podía ver perfectamente bien la cucheta superior cuando su padre,

farol en mano, llevó hacia atrás la cabeza del indio.

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Empezaba a aclarar cuando a pie se dirigieron hacia el lago por el camino

de abierto entre los árboles.

—Estoy muy, pero muy arrepentido de haberte traído, Nickie —dijo su

padre. Ya había desaparecido toda su alegría post operatoria—. Fue un desastre

hacer que estuvieras ahí.

—¿A las mujeres siempre les cuesta tanto tener un bebé? —preguntó Nick.

—No, eso fue algo muy, muy excepcional.

—¿Por qué se mató él, papá?

—No sé, Nick. No pudo soportar lo que ocurría, supongo.

—¿Son muchos los hombres que se matan?

—No muchos, Nick.

—¿Muchas mujeres sí?

—Casi nunca.

—¿Nunca?

—Ah, sí. Algunas veces sí.

—¿Papá?

—¿Sí?

—¿Dónde fue Tío George?

—Ya va a aparecer.

—¿Es difícil morir, papá?

—No, creo que es bastante fácil, Nick. Todo depende.

Se sentaron en el bote, Nick en la proa, su padre remaba. El sol ya se asomaba

por las colinas. Un róbalo saltó formando un círculo en el agua. Nick

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metió la mano en el agua siguiendo la estela. Estaba tibia en el penetrante frío

de la mañana.

Al amanecer, en el lago, sentado en la popa del bote junto a su padre que

remaba, Nick sintió plena seguridad de que él nunca moriría.

Reflexiones críticas

Las reflexiones críticas demandaron tener que ahondar en el tejido textual

para, de ese modo, poder construir especulaciones válidas. El enfoque reveló,

en especial, la clara determinación que ejercía el capital cultural en las actitudes

vinculares de los personajes.

Escenario – Espacio de la Subcultura.

La acción se desarrolla en un campamento indio estadounidense, que separado

por un lago, una vez en tierra, se llega a él por senderos que sólo los

nativos de aquel lugar conocen.

Esa es la realidad fenoménica que se presenta al lector. La superficie de

un cosmos al que no pertenecen el Doctor Adams, su hijo Nick ni tampoco

Tío George. De ahí que la travesía esté a cargo de los aborígenes desde el

comienzo. Remando, los transportan en dos botes hasta la otra orilla del lago.

A pie, los conducen por los caminos que llevan a aquel ámbito de lo ajeno.

Hasta aquí, los aborígenes se nos revelan como líderes naturales del entorno.

Sin embargo, apartándonos de la ingenuidad, comprobamos que las cosas

no son tan simples y transparentes como parecen. Advertimos que una

vez en la choza se producen desplazamientos bien marcados. Por un lado,

la actitud del doctor ha sufrido un quiebre. Se ha investido de un acentuado

etnocentrismo que no pasa desapercibido. Por el otro, el liderazgo de los aborígenes,

aparentemente, ha prescripto. Ahora es el médico quien ha tomado

el control de la escena. Es evidente que los integrantes del grupo no están ante

lo nuevo o desconocido como creíamos. Todo lo contrario. Sienten que no

han hecho otra cosa que ponerse en contacto con el mundo de la subcultura o

tal vez, con el de la contracultura. Esa perspectiva confiere homogeneidad al

grupo y, a la vez, intensidad a los contrastes.

Cada detalle confirma la actitud descripta. A la mujer embarazada, por

ejemplo, la habían estado ayudando «todas» las ancianas del campamento,

comenta el narrador como al pasar. Sin embargo, es justamente ese breve

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comentario el que pone de manifiesto la postura que se señala. «Todas» esas

mujeres, símbolo de la sabiduría de aquel ámbito, al que los recién llegados

consideran de la subcultura, no pudieron dar solución a lo que rápida y eficazmente

soluciona una sola persona, un solo hombre blanco, no una mujer,

proveniente del mundo de la cultura. Según Ortega y Gasset (1967), el libro

«desestancó el saber de la memoria y acabó con la autoridad de los viejos» (p.

96). El prestigio de los ancianos de las comunidades como la del cuento radica

precisamente en representar la sabiduría depositada en la memoria, que en

las sociedades avanzadas la aporta el libro y la tecnología de punta.

El grupo de hombres de blancos y el de aborígenes

El accionar del Doctor, de Nick y de Tío George constituye, en realidad,

el símbolo de la masculinidad del mundo de la cultura del hombre blanco.

Resulta fácil comprobarlo. Ningún hombre aborigen ha intervenido en aquella

circunstancia por el simple hecho de considerarla de neta pertenencia al

ámbito femenino. Sin embargo, curiosamente, es un hombre quien aporta

rápida solución operativa a las complicaciones del embarazo. Lo hace con el

soporte del conocimiento científico que el campamento no posee pero al que

tampoco confiere sincera confianza.

Si las cosas son como se las infiere, no puede dejar de surgir, entonces, la

inquietud de querer saber quién solicitó al Doctor Adams que se acercara a

aquel distante micro-espacio para tomar a su cargo las complicaciones de un

embarazo que demandaba una cesárea. La incógnita resulta insondable. Sólo

la especulación subjetiva puede llegar a otorgarle respuesta factible. ¿Habrá

sido Tío George?

Nick y Tío George permanecen en el lugar sea ayudando, sea observando.

Los otros hombres, los del campamento, los considerados de la subcultura,

en cambio, se han alejado del lugar. Con seguridad, el objetivo fue evitar el

contacto o la participación directa con un escenario que en principio no les

pertenece por género y al que vislumbran, probablemente, como fatídico. Tal

vez por indefensión o por sentirse desorientados, inconscientemente, ante la

fuerte presencia del etnocentrismo, optan por el escapismo. No se los ve drogándose

o embriagándose. Nada de eso. Sólo se han alejado. Están fumando,

sentados en la soledad de un camino. Sin embargo, la apariencia pretende engañarnos

una vez más. El cigarro, al igual que el alcohol y los estupefacientes,

se sabe con los aportes de la psicología, sirve de velo momentáneo para cubrir

realidades no deseadas, la inseguridad personal o algún otro estado psíquico

emocional intolerable. En el tabaco, los aborígenes han encontrado un mecaRaúl

Eduardo Narváez Ideas, III, 3 (2017) 287

nismo de defensa para el alivio. Les permite negar la realidad del displacer.

Sin embargo, las conductas defensivas son sólo técnicas cuya finalidad única

es la de recuperar el equilibrio homeostático perdido o amenazado. Son sólo

eso, técnicas de ajuste o adaptación que no resuelven el conflicto instalado

sino que sólo lo regulan en sus tensiones.

El cigarro estaría, entonces, haciéndoles olvidar, alucinadamente, el poder

perdido, el falo perdido o, en otras palabras, un insoportable sentimiento de

castración. Expulsan de la consciencia las representaciones penosas mediante

la represión y envían lo reprimido al inconsciente. Resta plantearse qué formación

reactiva o sustitutiva sobrevendrá a esa instancia. Cómo retornará lo

reprimido, siguiendo su tendencia de volver a la consciencia, para lograr una

satisfacción aquietante. La conversión somática, la rebeldía expresa, la fobia,

el desplazamiento en los sueños, serían algunas formaciones factibles.

Finalmente, si todo es como se lo describe, en realidad, lo herido es el capital

social o cultural, «los contenidos colectivamente inconscientes» de los que

habla Jung (1985, p. 258). Tal vez, lo descripto sea simplemente la expresión

implícita de que ellos nada tienen en común con el etnocentrismo instalado

en el ámbito que les pertenece. Es así, entonces, como asistimos a la concentración

de dos grupos irreconciliables, el de los hombres blancos en la choza

y el de los aborígenes en el camino.

Nick

Nick es un niño lanzado a participar de experiencias que lo tensionan.

Por su edad, no puede afrontarlas sino con desasosiego. Todas pertenecen al

mundo de los adultos, de la gente madura y, por ende, extrañas a la etapa de

su desarrollo psíquico.

Durante la travesía por el lago es presa de un evidente sentimiento de

inseguridad y aprensión. Es lo que permite inferir su conducta, que a la vez

trasluce lo que sucede en su consciente. Como todo niño, probablemente,

siente que en medio de la oscura soledad están solos, a merced de la naturaleza

y de aquellos aborígenes, que para ellos son netos representantes del

mundo de la subcultura.

Perturbado por ese sentimiento, busca protección y la encuentra. Su padre

lo lleva abrazado durante la travesía por el lago. Sin embargo, aparentemente,

su angustia no desaparece en su totalidad. Los sonidos del silencio

le permiten inferir que su tío, que va en el otro bote, no está cerca de ellos.

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Así se lo indica el chirrido de las horquillas para los remos. A pesar de que

este reconocimiento acentúa la sensación de aislamiento, el hecho de estar

ubicado en la contemplación le impide expresar verbalmente lo que siente.

Las circunstancias externas y sus disposiciones internas lo muestran como un

introvertido dominado por el pensamiento y el sentimiento de temor.

Pero, ¿qué justificará someterse a tanto riesgo? Nadie le ha informado

sobre el motivo de aquel viaje. Está claro que la incertidumbre lo mortifica.

Como su deseo de saber se acentúa a medida que avanza el recorrido decide,

entonces, preguntar. Las respuestas que recibe no le satisfacen o le resultan

incomprensibles.

—¿A dónde vamos, papá? —preguntó Nick.

—Al campamento indio. Hay una señora india muy enferma.

—Ah —dijo Nick.

Durante la travesía adopta el rol de observador meticuloso; durante el

parto, el de asistente. Colabora con su padre, pero su interés por la observación

se ha disipado.

—Mirá, Nick, es un varón, —dijo—. ¿Te gusta ser practicante?

—Está bueno —dijo Nick—. Miraba en otra dirección para no ver

lo que hacía su padre.

—Bien. Así es —dijo su padre y puso algo en la palangana.

Nick no miró.

—Ahora —dijo su padre— faltan las puntadas. Podés mirar esto o

no, Nick, como quieras. Voy a coser la incisión que hice.

Nick no observó la operación.

Ya de regreso y a solas con su padre en el bote, nuevamente, se comprueban

modificaciones actitudinales. Nick se ha alejado del tipo introvertido. Ha

adoptado la actitud propia del extrovertido. Se muestra preocupado por los

temas prácticos de la realidad. Indaga. Lo hace con un nivel expresivo racional,

propio del estadio de las operaciones concretas que describe Jean Piaget

(1990, pp. 61-92). Sus planteos surgen uno tras otro a continuación de cada

respuesta.

—¿A las mujeres siempre les cuesta tanto tener un bebé? —

preguntó Nick.

—¿Por qué se mató él, papá?

—¿Son muchos los hombres que se matan?

Raúl Eduardo Narváez Ideas, III, 3 (2017) 289

Ante las preguntas, el padre, el Gran Otro de referencia, pierde la seguridad

que ostentaba hasta ese momento. Sus devoluciones no satisfacen las

expectativas de Nick y tampoco las del lector. Contienen arrepentimiento,

desconocimiento, impresión y, además, el inconsciente deseo de que Nick

vuelva a la etapa anterior de su desarrollo psíquico, el pre-operatorio. Es lo

que permite inferir el uso del hipocorístico Nickie.

—Estoy muy, pero muy arrepentido de haberte traído, Nickie —

dijo su padre. Ya había desaparecido toda su alegría post operatoria.

—Fue un desastre hacer que estuvieras ahí.

Finalmente, surge un tema angustiante, el de la muerte. El relato termina

con la referencia a que Nick se siente seguro de que él nunca morirá.

Al amanecer, en el lago, sentado en la popa del bote junto a su

padre que remaba, Nick sintió plena seguridad de que él nunca

moriría.

A lo que asistimos, en realidad, es al rechazo del destino común de los

hombres. Nick se niega a aceptar lo que un mundo al que no pertenece le expuso

despiadadamente. La etapa de su desarrollo psíquico impide esa aceptación.

Las complejidades filosóficas o religiosas que implican el tratamiento

de la mortalidad son remotas a los intereses de los niños y, al igual que para

los adultos, causantes de angustia o malestar.

Sin embargo, en este punto es necesario subrayar que Nick no presenció

un caso de muerte natural. De haberlo sido, la respuesta a su planteo,

tal vez, podría haberse logrado con mayor facilidad recurriendo a concepciones

biológicas, entre otras posibles, por ser su padre médico. Lo que presenció

fue el suicidio de un hombre perteneciente al mundo que consideran

de la subcultura, un ámbito con el que ninguno de ellos, representantes

del etnocentrismo, siente afinidad o cercanía. Este reconocimiento resulta

congruente con el hecho de que ni el Doctor ni Tío George hayan dado mayor

relevancia al tema. Tampoco se la otorgaron al estado de salud de la india una

vez concluido el parto. Es así como exponen, sin proponérselo, el bloqueo de

su capacidad de ver o sentir la presencia del otro a partir de sus necesidades

peculiares.

La postura de Nick, en cambio, es otra. Quiere saber y para eliminar sus

dudas, pregunta. Los niños generalmente preguntan al Gran Otro sobre el

tema de la muerte cuando enfrentan la de un ser querido o de un animal.

290 Ideas, III, 3 (2017) «Campamento indio» de Ernest Hemingway... (279-291)

Nick, por el entorno natural en que se mueve, con seguridad, ya ha vivido la

experiencia de ver animales muertos en múltiples ocasiones. Entonces, lo que

tanto lo angustia no es la muerte en sí misma sino el suicidio. De ahí que su

pregunta se dirija específicamente a esa cuestión.

—¿Por qué se mató él, papá?

—No sé, Nick. No pudo soportar lo que ocurría, supongo.

—¿Son muchos los hombres que se matan?

—No muchos, Nick.

El hecho de estar en plena etapa de socialización hace que se sienta solidario,

que se ponga en el lugar del otro y que de ahí desarrolle su potencialidad

de empatía. Sin embargo, ya es tarde para la ayuda. Lo único que puede hacerse

ahora es preguntar.

—¿Es difícil morir, papá?

—No, creo que es bastante fácil, Nick. Todo depende.

El diálogo, en verdad, muestra a Nick como un niño consciente de la irreversibilidad

de la muerte. Por ese motivo, extraña la referencia a que siente

que él nunca morirá. Tal vez, su seguridad surja por haber sufrido la regresión

que su padre anhelaba. Sea por el motivo que sea, lo que queda claro es

que su negación de la muerte no es más que la expresión de su temor a ella y

que atraviesa lo que la psicología denomina angustia de los ocho años. Teme

que alguno de sus padres, amigos o que él mismo pueda morir en cualquier

momento. Para escapar de ese temor, que se le presenta como indócil, una

vez más busca la defensa. En este caso, no la encuentra en El Gran Otro. El alivio

se lo otorga la negación. Eso, morir o suicidarse, le sucede a otros, no a él.

Llegados al final del relato, puede afirmarse que el cuento no hace otra

cosa que mostrar un viaje exterior que permite realizar un viaje hacia el interior

de los personajes. Asimismo, hacia el reconocimiento de que la existencia

del humano consiste en ser un ser para otro ser. Nadie, ningún «yo» podrá

escapar a la presencia inevitable del otro. Somos seres sociales y gregarios

y, por ende, en toda relación social el otro no puede darse como objeto sino

como sujeto.

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Referencias

Delval, J. (1998). El desarrollo humano. Madrid: Siglo XXI.

Hall, C. (1983). Compendio de Psicología Freudiana. Buenos Aires: Editorial

Paidós.

Jung, C. (1985). Tipos Psicológicos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Newmark, P. (1988). A Textbook of Translation. Nueva York: Prentice Hall

International.

Ortega y Gasset, J. (1967). Misión del Bibliotecario y otros ensayos afines. Madrid:

Revista de Occidente.

Piaget, J. (1990). Seis estudios de psicología. Barcelona: Editorial Ariel.

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